Villa O’Higgins: la puerta a una Patagonia poco explorada

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Un explorador sentado en la cima del Monte O'Higgins en la Patagonia, con las montañas circundantes.

Conoce un destino poco frecuentado y entusiásmate con los consejos de la exploradora Natalia Martínez para visitar este lugar con responsabilidad.

UN PAISAJE DE ENSUEÑO

La brisa sopla suavemente y la marea me va acercando a través del fiordo Mitchell a las últimas tierras de la región de Aysén. Para los más curiosos, Arturo Mitchell fue uno de los primeros en explorar la zona cuando con Argentina se estaban disputando las cuestiones de los límites fronterizos. Al tocar tierra, un camino sinuoso me tiene atenta a cada cascada que cae de las montañas. Los carteles anuncian algún encuentro con huemules, pero en esta ocasión sólo se cruzaron por mi camino unas cuantas cabras con ojos extraterrestres.

Las montañas parecían estar demasiado cerca, cubiertas de una nieve exquisita a pesar de estar bien entrada la primavera. Y lucían envueltas desde abajo por un apretado bosque de lengas, cipreses, canelos, mañíos, coigües y rojísimos notros, contrastando con el verde espeso de los ríos. Podríamos decir que “pasó el tiempo sin pasar”; siempre está esa sensación de que los ojos son demasiado pequeños para absorber cada detalle.

El lago Cisnes me da el aviso de que estoy cerca de Villa O’Higgins. Es un pueblo pequeño, joven y ordenado, con solo unos 600 habitantes, aproximadamente. Los lugareños son atentos, dedicados y simpáticos. Así que, si necesitas algo, ¡no dudes en arrimarte a hablar con ellos, en especial si hay mate de por medio! Eso sí, en tiempos de pandemia, recuerda llevar tu propio mate.

Postal de la vida en Villa O’Higgins. Foto: Natalia Martínez.

UN PASEO AL MIRADOR

En una de las escapadas que hice por los alrededores, me fui a un mirador llamado “La Bandera”. Fue una caminata sencilla de un par de horas, un poco empinada eso sí, pero el encuentro con los huet-huet, los fío fíos y los chercanes la hizo más que llevadera. De a poco, la vegetación frondosa comenzó a achaparrarse y predominaron más los arbustitos que los árboles. De repente llegué a un balcón natural con vista de la villa completa hacia el oeste, los lagos Cisnes y O’Higgins y un montonazo de cerros espolvoreados de nieve.

Al girar hacia el este, divisé lo que parecía ser la cumbre del cerro donde estaba el mirador. Entonces chequé mi mochila para ver cuánta agua y cositas ricas para comer me quedaban, y me envalentoné a seguir un poco más. ¡Por suerte lo hice!

Casi, casi llegando a la cima, escuché un aleteo denso y pesado, y al dirigir mis ojos hacia ese sonido, lo vi a él, amo y señor de Los Andes: el cóndor.

¡EN LA CIMA!

Qué hermosa sorpresa me llevé al llegar arriba. En donde me encontraba se podía ver el cordón completo (cordón de Villa O’Higgins), adornado por unas agujitas rocosas preciosas y coronando una hermosa cima cubierta de blanco. Cruzando el valle El Mosco con los ojos, aparece otro bello cordón montañoso con unos glaciares colgantes y un sinfín de rutas para hacer tanto en invierno como en verano. Siguiendo con el panorama en 360°, se asoma el lago O’Higgins con su color lechoso y -otra vez naciendo desde el agua- una camionada de cerros espectaculares para recorrer por el día.

En la cumbrecita del cerro Santiago deleitándome con la vista. A la izquierda el lago Ciervos y a la derecha el lago Cisnes. Foto: Natalia Martínez.

OJO

Ahora me voy a poner un poco más seria. Al llegar a ese lugar de ensueño, me di cuenta de que estaba parada sobre vegetación de alta montaña y -por si no lo saben- a ese increíble verde de allá arriba le cuesta mucho sobrevivir y es extremadamente frágil. Por eso es que acá van un par de consejos:

  • si es que te animas a subir hasta el mirador y luego seguir hasta esa cumbrecita, hazlo pero con cuidado: será una hora más de caminata. Cada uno se conoce y debe saber cómo regular su propia energía. Recuerda que también debes guardar un resto de esa energía para bajar.
  • desde el mirador no hay sendero, así que si estás recién comenzando con la práctica del trekking, te super-recomiendo que vayas acompañado de un guía local. No solo irás más seguro, sino que conocerás un montonazo de historia del lugar, nombres de flora y fauna que -sin duda- te va a llamar la atención; sabrás por dónde caminar para producir el menor impacto posible y, también, aprenderás los nombres de muchos cerros de los alrededores, ¡para así poder planear las próximas aventuras!
  • la bajada es empinada, por lo que un par de bastones te van a aliviar el regreso y eso te dejará energía para saborear el exquisito helado artesanal del fruto de la luma: el cauchao.

Esta Nassauvia muestra tímidamente su extraordinaria belleza. Foto: Natalia Martínez.

En definitiva, Villa O’Higgins ha sido una hermosa sorpresa para mí. Es la puerta a una Patagonia bien poco explorada, poco recorrida y poco compartida. Así que, si estás por organizar alguna loca aventura, te animo a que le eches un vistazo al mapa y te proyectes a ese indómito lugar, ¡donde solo vive gente sonriendo!


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