Salathé Wall: un desafío vertical

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Una vista aérea de un escalador Salathé en la ladera de una montaña.

Max Didier y su equipo se aventuraron a la mítica pared de El Capitán para intentar una ruta de 35 largos y gran dificultad técnica (hasta una graduación de 13b). Esta es su historia.

EL SUEÑO

El Capitán es un monolito icónico de Yosemite de 900 m de altitud. Salathé Wall es una de sus rutas (inaugurada en 1965); se llama así en honor a un pionero de la escalada de los años 40 (John Salathé). Es parecida a la ruta más famosa, The Nose. Desde entonces, sólo los grandes escaladores se han aventurado a realizar esta ruta de big wall (desde Jim Bridwell y Tommy Caldwell hasta Adam Ondra, entre muchos otros). Para todos ellos, este muro de roca ha sido un sueño… también para un grupo de chilenos aventureros.

Foto por Nico Gantz.

CONTRATIEMPOS Y TRASPIÉS

Pero la historia no tiene una trayectoria lineal; siempre existen resaltos, altos y bajos. En este caso, la primera dificultad apareció cuando la cordada original de Max, Diego, tuvo que abandonar el plan y el proyecto entero peligró ante la falta de un miembro competente para la cordada. Fueron momentos de angustia y frustración allí en el campamento en pleno parque nacional Yosemite; sin duda, ante tamaño desafío no podía sumarse cualquiera a la aventura. Para poder acompañar a Max Didier (quien estaba en el peak de su condición física) y Nico Gantz (camarógrafo) en su viaje vertical hacía falta no sólo una gran destreza y experiencia en cuanto a la escalada, sino también la capacidad de sintonizar los ánimos, compartir las decisiones y funcionar como un equipo. ¿Cómo, pues, salvar la situación que tanto esfuerzo, tiempo, dedicación y dinero había costado?

La vida da sorpresas y giros inesperados. De pronto, sin que nadie lo esperara, un amigo –Agustín de la Cerda– apareció esa misma tarde en el polvoriento rincón del campamento. Inmediatamente se motivó y alistó para el combate.

Así fue cómo ya al día siguiente reunieron el equipo (petates con 57 litros de agua, 18 kg de comida y harto peso en cuerdas, materiales de escalada, portaledge y vestimenta). Y entonces comenzó el trabajo de izar toda esa carga con tal de contar con los víveres e implementos necesarios para pasar una semana colgando de la pared.

Entonces el equipo se puso en acción. Pero hubo otro momento angustiante: después de escalar el Hollow Flake, Agustín debía hacer un lower down con las cosas para que Nico y Max pudiesen continuar con el trabajo de izar… Pero de pronto, Agustín soltó el extremo de la cuerda demasiado pronto y los petates hicieron un péndulo muy marcado que finalmente los condujo a golpearse contra la roca del diedro. Fue un momento que les detuvo los corazones. Y entonces escucharon cómo el agua escurría por la pared y cómo la carga se sentía más liviana al izarla por la cuerda…

En ese momento se aprontaron a revisar la carga. Habían perdido casi 20 litros de agua, por lo que parecía que el destino los estaba dejando fuera del juego. Esa noche la pasaron ahí, algo cansados y desmotivados. Pero aún había tiempo y ganas, por lo que al día siguiente el trío descendió para re-abastecerse de agua y replantear la estrategia. Ésta se consolidó así, finalmente: hacer un petateo con todo el agua, comida y equipos hasta el largo 20 y luego bajar a descansar para el push definitivo.

Foto por Nico Gantz.

MÁS SORPRESAS

Como dijo Jean Paul Marat, «no existe el fracaso, salvo cuando dejamos de esforzarnos«. Y este equipo no se detuvo. De la adversidad nacieron nuevas fuerzas; de los errores brotó el humor, la mejor forma de enfrentar una situación. Agustín recibió, en esa línea, el apodo de «Rompe Petates» y la carga con agua fue llamada «La Princesa», cual damisela en peligro que debía ser cuidada y protegida a toda costa.

En el campamento 4, un escalador les había dicho que esa noche iba a nevar en la cumbre, lo que causó aún más risas, ya que el tiempo había estado bueno y cálido, tal como suele ser en otoño. Por ello, Max, Nico y Agustín continuaron su ascenso sin prestarle mayor atención a la advertencia del escalador anónimo. Llegaron entonces a la amplia terraza del largo 20, armaron el portaledge y se dispusieron a descansar unas horas

Pero a las 3:00 AM se puso a granizar abruptamente. El frío y la humedad calaron hondo. ¡Había que moverse de ahí y buscar refugio! De un salto, Max, Nico y Agustín se guarecieron en la cueva ubicada por detrás de Cap Spire con el portaledge cubriéndolos del granizo. En ese espacio estrecho apenas cabían. Fue una noche incómoda que no permitió descanso alguno.

Al día siguiente, sin embargo, amaneció un cielo despejado sorprendente, como si nada hubiera pasado. Luego de practicar unos cuantos largos, bajaron rapeleando al valle. Finalmente, estaba todo listo para el pegue liberador: la ruta trazada y las provisiones a disposición.

Fotos por Nico Gantz.

LA GRAN ARREMETIDA

Seis días más tarde, el trío volvió a atacar El Capitán. Max y Agustín comenzaron a escalar Freeblast alrededor de las 5:00 AM. Max subió a toda velocidad, adelantando en ocasiones a otras cordadas. Se sentía liviano y lleno de energía. Horas más tarde, el trío armó el portaledge en The Alcove para pasar la noche. En una sola jornada, la cordada había logrado liberar los primeros 21 largos de la ruta.

A la mañana siguiente y nuevamente de madrugada, Max continuó liberando largo tras largo. Sin embargo, esta vez llevaban todo consigo, por lo que los izados de los petates tomaban algo más de tiempo y este trabajo se volvía fatigoso. Entonces tocó enfrentar el Boulder Problem, aún bajo sombra. Max lo intentó una primera vez, pero falló. Entonces lo volvió a hacer y esta vez sí logró pasar. Así continuó por un buen rato. Al final de la jornada, Max había logrado escalar hasta el largo 25, quedando solamente 10 largos por liberar y un plazo de 5 días para ello.

Al día siguiente, despiertos ya desde las 5:00 AM, el trío continuó subiendo con la sangre bombeando fuertemente en los antebrazos. Después de un rato llegaron a un techo, punto desde donde todo se volvía desconocido para Max, ya que nunca había enfrentado esta sección de la pared. Se trataba de un tramo desplomado, muy aéreo y expuesto. Los vuelos y probables péndulos muy pronunciados producirían ansias y nervios en cualquiera. Y entonces el Head Wall, la parte que concentraba los largos más duros, le pareció «intimidante» a Max. Y dentro del plan, se aventuró a «escalar en artificial los tres largos hasta Long Ledge, avanzando en libre algunas secciones para empezar a formularme una idea para los próximos días”.

En una terraza a unos 800 metros del piso del valle instalaron el portaledge y se dispusieron a reunir fuerzas para lo que estaba por venir.

Fotos por Nico Gantz.

EL CRUX

Luego de un día de descanso tocaba enfrentar la parte superior de la pared, es decir, tres largos muy duros: dos 13a y un 13b, todos seguidos. Fue una jornada extenuante. Max dio 6 pegues al primer largo del Head Wall, un diedro redondo muy técnico. Este, el Head Wall, es el crux de Salathé Wall (es decir, el paso más difícil de la ruta), por lo que se trataba de un momento decisivo. Al tercer intento estuvo muy cerca de encadenar, pero no resultó. Los días de gran esfuerzo se estaban sintiendo ya en el cuerpo, por lo que decidió volver al portaledge a cargar pilas.

Al día siguiente (el sexto día en la pared) Max consiguió superar el obstáculo al tercer pegue. ¡Fue un momento de gran adrenalina y alegría! Por su parte, Nico volvió al valle para buscar comida y agua para tres días más, ampliando así la ventana de tiempo para que Max pudiera cumplir el objetivo. También fue el momento propicio para descansar un poco más.

Al octavo día en la pared, el trío intentó desde temprano escalar por la fisura. Max le dio tres pegues. Pasó el primer cruz sin calentar, lo que al parecer no fue del todo adecuado, ya que su cuerpo se resintió. A la mitad del segundo largo, los brazos y las manos ya no rendían como él hubiese querido. Exhausto, se dejó caer para descansar junto a la reunión. Luego lo volvió a intentar, pero entonces comprendió que se estaba sobre-exigiendo. «Agotado, sentí una enorme frustración e impotencia; la ruta es muy sostenida en su final y creo que me faltó nivel técnico y resistencia para poder resolverla. También sentí el cansancio mental de querer encadenarla y ver cómo mis posibilidades se agotaban pegue tras pegue. Pero habíamos hecho todo según el plan; la logística y la cordada funcionaron; mis compañeros me apoyaron a muerte y eso me daba mucha alegría». Finalmente, decidieron no rendirse y regresaron a la terraza a eso de las 2:00 PM a descansar para intentar la fisura una última vez al día siguiente.

EL FINAL

Al noveno día, a Max la cabeza le daba vueltas: una mezcla de agotamiento, frustración e incertidumbre le revolvían los pensamientos. El cuerpo se sentía cansado y adolorido. «Fue entonces cuando finalmente decidí no intentarlo más. Liberé las cuerdas y continuamos hacia la cumbre. Faltaron dos largos por liberar… la ruta había ganado esta batalla».

Fue el momento de ponerle un punto final a la aventura. Aceptar un desenlace así no siempre es fácil, pero es parte del juego. A pesar de la decepción, el trío celebró el esfuerzo, ya que del fracaso salen las mejores lecciones. Ya lo decía Charles Dickens: «Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender». Es a partir de ahí también que nacen las ganas de una revancha, pues como decía Miguel de Cervantes, «una retirada no es una derrota»: no hay nada deshonorable en reconocer que hoy hay que retirarse para poder intentarlo de nuevo el día de mañana.

Foto por Nico Gantz.

En palabras de Max, «sentí que faltó resistencia y preparación física». Pero, por otro lado, «eso también me da mucha motivación para mejorar y progresar en mi escalada y en la vida». Y agrega: «sentí la felicidad de tener un gran aprendizaje: de humildad y tolerancia hacia mí, hacia los demás y hacia el fracaso mismo. No siempre se tiene lo que se quiere, pero creo que es entonces cuando más se aprende».

Finalmente, ante tamaña experiencia, el deportista concluye: «quedo tranquilo de haber dado todo lo que tenía. Vamos a entrenar seriamente para volver más fuertes. Ahora ya conozco las exigencias de la ruta y la pared me dio la visión para enfocarme en el progreso y comprometerme con esta hermosa disciplina».

Ahora, Max sólo espera el momento de revivir esta linda experiencia junto a Nicolás y Agustín, quienes lo acompañaron y apoyaron incondicionalmente a lo largo de todo el proyecto. «Espero estar mejor preparado para entonces y lograr liberar “Salathé Wall” una próxima vez».

Foto por Nico Gantz.


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