¿Plomo invernal y con skis? Todo es posible
La montaña puede ser vista como un campo de infinitas posibilidades. Es sólo una cuestión de actitud.
MIRADAS CONTROVERSIALES
¿Llegar a El Plomo te «hace» montañista? Harto se ha bromeado en foros y redes sociales acerca de eso. ¿Acaso alcanzar la cumbre, emplazada a 5.424 m de altitud frente al valle de Santiago, significa «graduarse» de alguna forma? ¿Es acaso un punto álgido en la carrera deportiva o sólo una experiencia más? Sea como fuere, los hechos son claros: se trata de un cerro muy apetecido en la zona central y, por lo mismo, es muy concurrido. Año a año son c
MIRADAS CONTROVERSIALES
¿Llegar a El Plomo te «hace» montañista? Harto se ha bromeado en foros y redes sociales acerca de eso. ¿Acaso alcanzar la cumbre, emplazada a 5.424 m de altitud frente al valle de Santiago, significa «graduarse» de alguna forma? ¿Es acaso un punto álgido en la carrera deportiva o sólo una experiencia más? Sea como fuere, los hechos son claros: se trata de un cerro muy apetecido en la zona central y, por lo mismo, es muy concurrido. Año a año son cientos de personas las que intentan alcanzar la cima, preferentemente durante los meses de verano (diciembre, enero, febrero y marzo) y por la ruta «normal». Para algunos sigue siendo un altar sagrado (un «apu», como solían decir los incas) mientras que, para otros, la masividad que experimenta año a año y lo atestada que está la ruta, más las intervenciones (como los refugios que se han ido construyendo), le han quitado toda la magia.
Así, mientras que para algunas personas el El Plomo representa un gran desafío, para otros, en cambio, no es más que es un cerro «chalero» (palabra que viene de «chala», es decir, se trataría de un recorrido sencillo, sin mayores dificultades técnicas, sino sólo de altitud y esfuerzo físico). Esto último -el aparente sinsabor del cerro, su fácil acceso y conquista sin el requisito de contar con habilidades excepcionales- ha hecho que muchos montañistas dejen de considerarlo un objetivo atractivo. Sin embargo, ¿es eso tan así?
RUTAS Y ESTILOS
Fue el legendario alpinista inglés Albert Frederick Mummery (1855-1895) quien no sólo inventó el «estilo alpino» (centrado en el rendimiento deportivo ligero y rápido, sin ayudas externas, de manera autosuficiente), sino quien también acuñó el concepto de que todo cerro se vuelve interesante tanto por su cumbre como por el camino que conduce a ella. Sí – para Mummery, la ruta y el estilo son tanto o más importantes que alcanzar el punto más alto. Tal perspectiva viene a cambiar, entonces, el enfoque tradicional, pues nos habla de que existen infinitas posibilidades (nuevas rutas a ser inauguradas, nuevas formas de desenvolvimiento a ser desarrolladas) y que sólo dependen de nuestras ganas y creatividad. Por eso, para Mummery, todo auténtico montañista es también un innovador, es decir, una persona que no se conforma con algo ya hecho o dado de antemano, sino alguien que abre nuevos mundos, que despliega nuevos horizontes.
Así, hay tantas posibilidades como las que se atreva a dibujar nuestra mente. Mummery, de hecho, fue la primera persona en atreverse a subir un ochomil (en Nanga Parbat). Y antes de eso, subió el Cervino (Matterhorn) en seis ocasiones y por seis rutas diferentes. Fue él quien anotó en su diario estas frases inspiradoras:
«Cuando todo indica que por un lugar no se puede pasar, es necesario pasar. Se trata precisamente de eso».
«He aprendido una gran verdad, a saber, que quienes realmente desean gustar las alegrías y los placeres de la montaña deben saber desenvolverse en las nieves de altura confiando solo en sus dotes y en sus conocimientos propios».
Dicho, entonces, de manera resumida: con Mummery el alpinismo se convirtió en un oficio especializado. Apareció entonces el concepto de «ruta normal», en contraste con «otras» variantes más exigentes; la idea de que los cerros tienen «caras» o aristas, unas más peligrosas que otras; y que gran parte del mérito reside en el estilo empleado por el deportista en su vía de ascenso y descenso.
Si aplicamos estas directrices a cualquier cerro, incluso al más «chalero», veremos que cambia todo el espectáculo y se alzan nuevos desafíos incluso para los espíritus más inquietos.
EL PLOMO INVERNAL Y EN SKIS
«¿Y si probamos esta posibilidad…? ¡Eso sí que es una aventura!» Algo así debe haber pensado el intrépido grupo compuesto por tres instructores de ski: José Tomás «Coto» Labrín, Moisés Castro (ambos chilenos) y Guillermo Martínez (español). En septiembre de 2018, ellos decidieron dirigirse a la cumbre del Plomo en condiciones invernales y -sí, ¡escuche bien!- en skis. Vaya, ¡qué estilo!
Había nevado dos semanas antes y El Plomo estaba cubierto de blanco. En una sola jornada, el trío se trasladó desde el centro de ski La Parva hasta el refugio D´Agostini, emplazado a 4.620 m, siguiendo la ruta Laguna Piuquenes – Falsa Parva – Parva – Pintor – Cancha de Carreras – Federación – refugio D´Agostini. Es decir, se «saltaron» el campamento base típico (Federación) que suelen emplear los montañistas cuando acuden al cerro.
Al día siguiente, luego de hacer cumbre, decidieron bajar por el glaciar Iver (en vez de volverse sobre sus propias huellas) con fuertes pendientes de entre 40° y 50° de inclinación. Mientras que el descenso puede tardar horas yendo por la ruta normal, estos tres amigos bajaron en apenas 5 minutos al refugio D´Agostini y en 10 minutos ya estaban en Federación. Como se puede ver, fue una bajada continua, con apenas una parada.
«Es una esquiada que no admite margen de error», reconoce Coto Labrín. El glaciar Iver puede ser un tobogán de la muerte. De hecho, se llama así porque un joven llamado Luis Iver perdió allí la vida, a poco más de 5.000 m de altitud, ya que resbaló producto del hielo pulido.
Por ello, había que asegurarse de que las condiciones para realizar esta hazaña fueran las óptimas. Ese día no hubo viento y, en general, durante la jornada la temperatura no descendió más allá de los -10°C. Además, el trío estaba bien equipado (iban bien abrigados, contaban con un transmisor para rescate en avalanchas, sonda, pala y casco) y habían hecho una calicata simple para evaluar la estabilidad del manto de nieve. Por otro lado, durante todo el descenso procuraron encontrar puntos seguros, por si se llegaba a cortar alguna placa de nieve.
Por lo demás, los jóvenes habían tenido una preparación previa y estaban bien aclimatados, no sintieron efecto alguno producto de la hipoxia e iban livianos, con lo justo y necesario (es decir, no cargaban más allá de 12 o 13 kg en sus espaldas). Por eso, por ejemplo, el tramo que va desde el centro de ski La Parva hasta Cancha de Carreras lo hicieron con zapatillas normales (y no botas de media o alta montaña, las que son mucho más pesadas y aparatosas). Así, fiel al estilo alpino de Mummery, los amigos Coto, Moisés y Guillermo lograron trazar rápidos y ligeros una línea hermosa sobre nieve virgen.
HAY PLOMO PARA RATO…
Esta variante que combinó el invierno con las tablas reportó una gran experiencia para estos atletas. El Plomo tiene la gran bondad de que no sólo ofrece una cumbre con magníficas vistas (desde el mar, al oeste, hasta Argentina, al este), sino que también es un escenario para llevar a cabo una multiplicidad de actividades: trekking, escalada (en roca y hielo), montañismo de altura, ski y arqueología (por los restos incas que abundan en este santuario). Pero también plantea nuevos desafíos: como reconoce Coto Labrín, la cara sur-este está aún inescalada, por ejemplo. ¿Quién será el próximo que piense como Mummery? El cerro El Plomo lo estará esperando.
Así, mientras que para algunas personas el El Plomo representa un gran desafío, para otros, en cambio, no es más que es un cerro «chalero» (palabra que viene de «chala», es decir, se trataría de un recorrido sencillo, sin mayores dificultades técnicas, sino sólo de altitud y esfuerzo físico). Esto último -el aparente sinsabor del cerro, su fácil acceso y conquista sin el requisito de contar con habilidades excepcionales- ha hecho que muchos montañistas dejen de considerarlo un objetivo atractivo. Sin embargo, ¿es eso tan así?
RUTAS Y ESTILOS
Fue el legendario alpinista inglés Albert Frederick Mummery (1855-1895) quien no sólo inventó el «estilo alpino» (centrado en el rendimiento deportivo ligero y rápido, sin ayudas externas, de manera autosuficiente), sino quien también acuñó el concepto de que todo cerro se vuelve interesante tanto por su cumbre como por el camino que conduce a ella. Sí – para Mummery, la ruta y el estilo son tanto o más importantes que alcanzar el punto más alto. Tal perspectiva viene a cambiar, entonces, el enfoque tradicional, pues nos habla de que existen infinitas posibilidades (nuevas rutas a ser inauguradas, nuevas formas de desenvolvimiento a ser desarrolladas) y que sólo dependen de nuestras ganas y creatividad. Por eso, para Mummery, todo auténtico montañista es también un innovador, es decir, una persona que no se conforma con algo ya hecho o dado de antemano, sino alguien que abre nuevos mundos, que despliega nuevos horizontes.
Así, hay tantas posibilidades como las que se atreva a dibujar nuestra mente. Mummery, de hecho, fue la primera persona en atreverse a subir un ochomil (en Nanga Parbat). Y antes de eso, subió el Cervino (Matterhorn) en seis ocasiones y por seis rutas diferentes. Fue él quien anotó en su diario estas frases inspiradoras:
«Cuando todo indica que por un lugar no se puede pasar, es necesario pasar. Se trata precisamente de eso».
«He aprendido una gran verdad, a saber, que quienes realmente desean gustar las alegrías y los placeres de la montaña deben saber desenvolverse en las nieves de altura confiando solo en sus dotes y en sus conocimientos propios».
Dicho, entonces, de manera resumida: con Mummery el alpinismo se convirtió en un oficio especializado. Apareció entonces el concepto de «ruta normal», en contraste con «otras» variantes más exigentes; la idea de que los cerros tienen «caras» o aristas, unas más peligrosas que otras; y que gran parte del mérito reside en el estilo empleado por el deportista en su vía de ascenso y descenso.
Si aplicamos estas directrices a cualquier cerro, incluso al más «chalero», veremos que cambia todo el espectáculo y se alzan nuevos desafíos incluso para los espíritus más inquietos.
EL PLOMO INVERNAL Y EN SKIS
«¿Y si probamos esta posibilidad…? ¡Eso sí que es una aventura!» Algo así debe haber pensado el intrépido grupo compuesto por tres instructores de ski: José Tomás «Coto» Labrín, Moisés Castro (ambos chilenos) y Guillermo Martínez (español). En septiembre de 2018, ellos decidieron dirigirse a la cumbre del Plomo en condiciones invernales y -sí, ¡escuche bien!- en skis. Vaya, ¡qué estilo!
Había nevado dos semanas antes y El Plomo estaba cubierto de blanco. En una sola jornada, el trío se trasladó desde el centro de ski La Parva hasta el refugio D´Agostini, emplazado a 4.620 m, siguiendo la ruta Laguna Piuquenes – Falsa Parva – Parva – Pintor – Cancha de Carreras – Federación – refugio D´Agostini. Es decir, se «saltaron» el campamento base típico (Federación) que suelen emplear los montañistas cuando acuden al cerro.
Al día siguiente, luego de hacer cumbre, decidieron bajar por el glaciar Iver (en vez de volverse sobre sus propias huellas) con fuertes pendientes de entre 40° y 50° de inclinación. Mientras que el descenso puede tardar horas yendo por la ruta normal, estos tres amigos bajaron en apenas 5 minutos al refugio D´Agostini y en 10 minutos ya estaban en Federación. Como se puede ver, fue una bajada continua, con apenas una parada.
«Es una esquiada que no admite margen de error», reconoce Coto Labrín. El glaciar Iver puede ser un tobogán de la muerte. De hecho, se llama así porque un joven llamado Luis Iver perdió allí la vida, a poco más de 5.000 m de altitud, ya que resbaló producto del hielo pulido.
Por ello, había que asegurarse de que las condiciones para realizar esta hazaña fueran las óptimas. Ese día no hubo viento y, en general, durante la jornada la temperatura no descendió más allá de los -10°C. Además, el trío estaba bien equipado (iban bien abrigados, contaban con un transmisor para rescate en avalanchas, sonda, pala y casco) y habían hecho una calicata simple para evaluar la estabilidad del manto de nieve. Por otro lado, durante todo el descenso procuraron encontrar puntos seguros, por si se llegaba a cortar alguna placa de nieve.
Por lo demás, los jóvenes habían tenido una preparación previa y estaban bien aclimatados, no sintieron efecto alguno producto de la hipoxia e iban livianos, con lo justo y necesario (es decir, no cargaban más allá de 12 o 13 kg en sus espaldas). Por eso, por ejemplo, el tramo que va desde el centro de ski La Parva hasta Cancha de Carreras lo hicieron con zapatillas normales (y no botas de media o alta montaña, las que son mucho más pesadas y aparatosas). Así, fiel al estilo alpino de Mummery, los amigos Coto, Moisés y Guillermo lograron trazar rápidos y ligeros una línea hermosa sobre nieve virgen.
HAY PLOMO PARA RATO…
Esta variante que combinó el invierno con las tablas reportó una gran experiencia para estos atletas. El Plomo tiene la gran bondad de que no sólo ofrece una cumbre con magníficas vistas (desde el mar, al oeste, hasta Argentina, al este), sino que también es un escenario para llevar a cabo una multiplicidad de actividades: trekking, escalada (en roca y hielo), montañismo de altura, ski y arqueología (por los restos incas que abundan en este santuario). Pero también plantea nuevos desafíos: como reconoce Coto Labrín, la cara sur-este está aún inescalada, por ejemplo. ¿Quién será el próximo que piense como Mummery? El cerro El Plomo lo estará esperando.
Comentarios