Paula López Wood: cronista de lugares extremos
Una mujer que no le teme ni a las ventiscas ni a los lugares remotos nos entrega su testimonio: viajes, apuntes y mucha pasió
¿QUÉ SIGNIFICA ESCRIBIR EL VIAJE?
Hace casi una década que me dedico a ser cronista de viajes. Es un trabajo bastante solitario y menos glamoroso de lo que podría parecer. La mayoría de las veces viajas con poco dinero, debes caminar muchísimo y reportear en pocos días una cantidad de material gigantesca junto con tomar fotografías que sean representativas de lo que quieras contar, entrevistar a personas que te ofrezcan miradas diferentes, luego transcribir, escribir, editar, re escribir y enviar a tu editor para que se publique. Si bien siempre hago un trabajo de investigación previo al viaje, si bien siempre tengo un tema en mente que funciona como mi brújula durante los itinerarios, tengo también que estar abierta a lo imprevisto, a la sorpresa, al accidente, porque – la mayoría de las veces – es justamente ahí donde encuentras el material más rico, las mejores escenas para narrar las historias.
UN CAMINO POCO CONVENCIONAL
Yo no soy periodista de profesión. Quizás por eso me cuesta explicar tanto cuál es mi trabajo. Tal vez por eso me identifico como cronista o como me gusta decir, una «naturalista del siglo XXI«, más que cualquier otro oficio convencional. Estudie Dirección Audiovisual y una Licenciatura en Estética en Santiago de Chile y más tarde un Magíster en Escritura Creativa en Nueva York. Todos esos estudios me dieron mi «maleta de herramientas» para salir al mundo, afuera, y observar con una mirada crítica, pensante, el entorno que me rodeaba. Si bien en los comienzos me dediqué a temas más generales y extensos como gastronomía, turismo y viajes por el extranjero, los últimos cinco años he enfocado mis viajes y escritura en los territorios donde generalmente no suelen ir los periodistas ni la mayoría de las personas debido a lo complejo de sus accesos y su aislamiento. ¿Por qué ir siempre tan lejos? ¿A lugares helados, a las montañas, a los glaciares, a navegaciones donde los mareos son constantes y la incomodidad la tónica del viaje? No sé si tengo una respuesta muy clara más que la pasión, la curiosidad que nos lleva a salir y explorar lo desconocido.
AMOR POR LA NATURALEZA EXTREMA
Tengo una fascinación por los territorios que conforman las zonas extremas de nuestro país. Creo que es en esos lugares -en la pampa de altura del norte, en sus desiertos de sal, en la zona de archipiélagos, la Tierra del Fuego, el Territorio Antártico- donde he podido desplegar con mayor viveza y energía mi pluma de cronista. Puede ser simplemente porque hay tan pocos que llegan a esos lugares dado su lejanía, aislamiento, complejidades logísticas para acceder a ellos, el tiempo y el dinero, o también porque simplemente no ha existido un interés genuino por entender en profundidad el valor que tienen esas zonas, la identidad fundacional que le dan a nuestro país.
Siempre he pensado que si bien tenemos una inmensa cordillera montañosa y miles de kilómetros de costa, somo un país que habita su tierra de espaldas al mar y a los Andes. Eso me ha generado preguntas y cuestionamientos, y como profesional con el privilegio de formarme como escritora, la oportunidad de trabajar en viaje, siento una profunda responsabilidad con mi país y mis lectores de dar a conocer esos lugares del mar y las montañas, pero también de sumergirme con profundidad, honestidad y verdad en cómo viven las personas que habitan y viajan a esos territorios. Muchos de ellos se sienten doblemente chilenos al estar, de cierta forma, haciendo soberanía en zonas extremas, pero la gran mayoría percibe con fuerza una gran deuda del Estado de Chile, un abandono y olvido que a muchas comunidades, como el caso de Puerto Edén, los tiene al borde de la desaparición.
He pasado de ser una cronista de viajes dedicada a promover destinos para el turismo a comprender la humanidad de las personas que habitan esos territorios. Eso me ha hecho escribir y re pensar el turismo, sobre todo el turismo outdoor, de una forma que sea responsable con el medio ambiente y con las comunidades locales que ofrecen aquellos servicios, ya que para muchos de ellos es la única alternativa para sorbrevivir económicamente.
UN OFICIO DE OTRO TIEMPO
Muchas veces he pensado que mi trabajo es algo un poco obsoleto, que ya nadie está dispuesto a leer historias en un suplemento o una revista o un blog, que todos leemos a la velocidad de Instagram y no nos damos la oportunidad para nada más extenso o profundo. A ratos, sobre todo cuando hago largas navegaciones por el sur de Chile y registro la flora, fauna, el clima, paisaje y poblados, me siento como esos antiguos naturalistas que llegaron desde Europa con una mirada ajena buscando lo exótico de este fin del mundo, esta tierra ignota y poblada de adjetivos malvados que hacían de este lugar un territorio inclemente. Mi relación con el sur de Chile ha sido dura, pero jamás negativa. Me ha llenado de vida, me ha dado grandes amistades en poblados remotos como Caleta Tortel y Puerto Edén, me ha permitido conocer vidas legendarias de navegantes que cruzaron a vela el golfo de Penas y aún viven para contarlo, a mujeres que sanaron a diez hijos con plantas del bosque, a hombres que arreglaron huesos a pulso cuando alguien se fracturó trabajando en el campo y no había posta donde llevarlo. Ellos son, a mi parecer, los verdaderos héroes de estas historias y quiero seguir viajando para narrarlos desde su propia voz.
LA IMPORTANCIA DE LA SEGURIDAD
Por supuesto que no todo ha sido feliz. He tenido accidentes graves, donde casi perdí la vida. Cinco años atrás, un río glacial me arrastró a mí y un guía de CONAF cuando entrábamos a Campo de Hielo Sur, en el Parque Nacional Bernardo O’Higgins. Estuvimos a pocos metros de caer por un acantilado infinito hacia los seracs; mi compañero logró salir con una fractura expuesta, yo con mis dos pies inservibles por esguinces grado tres y varios golpes en el cuerpo dado el impacto con las rocas. Pasamos toda la noche junto al río esperando un rescate en helicóptero que llegó 17 horas después del accidente. Fue algo que pudo haber culminado con dos muertes y aquello me hizo re pensar la seguridad en mi trabajo como cronista de zonas extremas, en senderos que muchas veces están en pañales y no cuentan con las medidas básicos de seguridad (una tirolesa para cruzar un río con pendiente y caudal, por ejemplo). Ha sido el aprendizaje más grande y fuerte en mi vida profesional, el más doloroso también por el daño que tuvo mi compañero y yo. Sin embargo, fue algo que me motivó más a continuar en este camino. Los obstáculos te hacen más fuerte, dicen. Viajar, registrar, documentar y comunicar cómo son los paisajes más bellos de nuestro país, aquellos donde debido a lo difícil de sus accesos y lo lejanos de la civilización, el hombre apenas logra llegar. Aquellos que, donde como diría un buen amigo navegante, pareciera que aquí está ocurriendo «el comienzo del mundo».
Los invito entonces, a seguir leyendo en el blog de Andesgear sobre los destinos que publicaré, destinos inolvidables sin duda, pero que requieren de esfuerzo, energía y, sobre todo, mucha pasión para llegar allá.
Fotos por Paula López y Cristián Donoso.
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