Paso Oggioni: un tesoro a la vista de todos
Si la empinada subida no te ha dejado sin aliento, sin duda lo hará el paisaje.
Hace poco tiempo atrás, Camilo Rada y yo estuvimos en el Parque Nacional Torres del Paine realizando trabajos de campo. Fue una experiencia increíble, probablemente algunos de los días más tranquilos y soleados en los que he estado en Patagonia. Y ahora estoy sufriendo un poco la resaca que siempre me dan estas salidas. ¡Hay tanto que hacer y tan poco tiempo para hacerlo! Sí, me gustaría escalar alguna de las Torres. Sí, me gustaría mejorar el trato de la basura en ese lugar. Sí, me gustaría ver un puma y mucho más. No puedo hacerlo todo. Siempre hay más cosas valiosas por hacer que horas en el día.
UN POCO DE GEOGRAFÍA…
Vayamos al asunto que tengo ganas de compartir hoy con ustedes. Si bien el parque está mapeado y re-contra caminado, bastante poco se habla de algunos pasos que creo vale la pena mencionar. En este caso me voy a enfocar en uno específico, y particularmente bello: el Paso Oggioni (1.442 msnm). Ahora el momento cultural de la nota: ¿de dónde viene ese nombre? Bueno, Andreas Oggioni era un escalador italiano que solía hacer cordada con Walter Bonatti. Y que, lamentablemente, murió joven en un intento al subir una de las caras del Mont Blanc. En su honor se bautizó al cerro Oggioni de 1.662 m de altitud y al paso que se abre al norte de su cumbre.
Este paso conecta la zona de los refugios Dickson y Perros con el Valle del Silencio y el Mirador de las Torres del Paine. Cuando fuimos nosotros lo hicimos así, pero generalmente se realiza de la manera inversa. Es muy importante tener en cuenta que por este paso deben ir acompañados de guías, porque no está demarcado y tiene tramos bien específicos. Además, los guías locales tienen muchas historias jugosas para contar acerca de esos lugares extraordinarios; con ellos realmente se le saca más provecho a la aventura. ¡Ojo! No es una ruta fácil, ya que tiene un desnivel aproximado de 1.140 metros, no hay sendero, el terreno es escarpado y bastante expuesto a los elementos. Sin embargo, ¡bien vale la pena el esfuerzo!
NUESTRA AVENTURA
Les cuento cómo lo encaramos nosotros. Salimos bien temprano del refugio Dickson; desde ahí seguimos el sendero hacia Perros hasta tomar un desvío y comenzar a navegar a campo traviesa. Caminamos entre hermosos y espesos bosques de lengas; de vez en cuando unos orocoipos y chauras se apoderaban del sotobosque, mucho pan de indio, musguitos y abrojos que no querían desprenderse de la tela del pantalón. Vimos preciosas aves en el camino como chercanes, comesebos, churretes y rayaditos. También águilas y cóndores.
De a poco el bosque se fue achaparrando y espaciando, al tiempo que aparecían los primeros manchones de nieve. De manera tajante el paisaje de tonalidades verdes, amarillas y rojas desapareció y se transformó en un lugar árido, expuesto y salvaje. ¡Cómo me gustan esos contrastes! Ese desierto tipo marciano nos regaló muchos tesoros entre piedras sueltas. Innumerables huellas de guanacos; una plantita endémica de Patagonia llamada Oxalis loricata que le ponía el detalle de color a ese desierto de altura y una postal 360° que no alcanzaban los ojos para mirarla.
A la distancia, el lago Dickson rodeado de montañas nevadas, glaciares bajando imponentes entre ellas y ese bosque sereno e imperturbable. Serpenteante bajaba el río Paine con ese color característico que viene recién salido de los hielos. A esta, la sección más remota del circuito de la “O”, los locales le llaman “Planeta Dickson”.
Pronto nos acercamos a la columna vertebral que une el cerro Oggioni con el paso del mismo nombre y otros cerros más al norte; esta arista es el portal a otro planeta que aparece bruscamente. Si la empinada subida no te ha dejado sin aliento, sin duda lo hará el paisaje. El Valle del Silencio apareció con su derroche de verticalidad, dejándonos con la boca abierta. Impetuosas estaban las Torres del Paine, el Fortaleza, el Escudo y el Tridente. Paredes lisas que se pierden entre las nubes. Un paisaje indómito y bravío que te llena de energía. Naranjas, ocres y marrones son las marcadas venas de estas montañas, las que muestran su desnudez sin pudor. Allí estaban, indiferentes protagonistas de un paisaje imposible.
Al bajar la vista vertiginosamente, encontramos las huellas del glaciar que repta desde los pies de estas moles y ha dejado su cicatriz de morenas y lagunas, vestigios de lo que alguna vez fue una gran lengua de hielo, y que ahora arrastra gigantescos bloques de granito entremezclados con el verde azuloso de las lagunas. Muy tímidamente el bosque va ganando el espacio dejado por el glaciar, dándole contraste al pálido mundo de la roca. Más allá, al fondo se ve el largo Valle Ascencio con el río del mismo nombre y el turquesa Lago Sarmiento.
La belleza de ese lugar tiene un lenguaje propio, y es bueno recordar que nosotros somos una parte circunstancial de él y que merece el mayor de los respetos y cuidados. Visitar lugares prístinos es tanto un privilegio como una responsabilidad.
A medida que bajamos volvimos a la perspectiva de los pequeños seres humanos que somos, y de a poco también a la realidad de senderos transitados por multitudes.
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