Mi primer motoviaje: la bitácora de una mujer, una moto y una gran aventura.
Tres meses de viaje por la norpatagonia chilena y argentina fue lo que por primera vez se propuso hacer Natalia Muñoz en moto. Así se convirtió en una de las pocas chilenas que se han atrevido a recorrer el mundo en solitario y para mostrarlo, aquí comparte cómo partió a través de su propio diario de viajes.
Cuando estás ad portas de iniciar un viaje por el mundo, lo único que quieres es que empiece lo más pronto posible. Por eso, desde el día que decidí cumplir mi sueño de recorrer el mundo en moto, no lo dudé. Rápidamente planifiqué mis finanzas, tiempos y se lo conté a todos mis cercanos para así no poder cambiar de opinión. Soy Natalia Muñoz, tengo 40 años, tengo una consultora de ingeniería ambiental y desde 2018, soy motoviajera.
Hasta entonces, el plan que había diseñado era sencillo y básicamente consistía en salir en marzo a la ruta, a bordo de mi motocicleta: sería el comienzo de una nueva vida. Pero no me aguanté. Finalmente adelanté el viaje hasta noviembre, exactamente seis meses después de haber tenido la epifanía de cumplir mis anhelos viajeros.
Todavía recuerdo el primer día, cuando salí al camino. Estaba particularmente soleado y veraniego y yo estaba en mi habitación revisando todo lo empacado. Así, tomé la última ducha en mi casa e hice la revisión número 8.181.725 de mis documentos personales de viaje y de los papeles de la moto. Tenía todo lo necesario para cruzar las fronteras que soñaba con recorrer.
Luego, recuerdo que cargué la moto con el peor y menos eficiente sistema de amarre de alforjas: las bolsas estancas. También, ajusté la piel de oveja al asiento y me subí a mi vehículo. Así emprendí rumbo a la frontera con Argentina, desde mi casa en Valparaíso. Un viaje que partió con un péndulo de emociones de alegría y miedo.
Recuerdo que partí directo por la carretera rumbo al oriente. Fueron más de 200 kilómetros sin parar donde establecí como primer y único destino, la estación de servicio que está un poco antes de comenzar a subir la cuesta Caracoles que conduce desde Chile al complejo fronterizo Los Libertadores.
Por el camino y por la altura, era difícil andar en moto. La velocidad bajaba y a momentos, la moto se desaceleraba gradualmente. Aunque antes de partir, ya me habían dicho que eso sucedería, me lo tomé con calma. Sabía que, en el peor caso, tendría que empujar la moto y subirla a un camión. Felizmente no sucedió y logré cruzar las aduanas fronterizas de Chile y de Argentina, sin novedad.
Así, ya en tierra argentina, comencé a sentir una sensación de felicidad, miedo y profunda libertad que nunca había sentido antes. Estaba entrando al corazón de los motoviajes.
La moto, la ruta
Uspallata era el nombre de mi primer destino: la primera localidad argentina en esa ruta fronteriza. Al llegar, alojé en un hostel muy cómodo, aproveché de revisar el mapa, conocí amigos viajeros, regalé mi set de cocina e hice las consultas pendientes respecto al estado del camino de tierra que pretendía recorrer. En el horizonte estaba tomar la dirección sur y recorrer los cerros por donde pasa la ruta 40: una que pasa por Chos Malal, San Rafael, Bardas Blancas, Malargüe, Caviahue. Allí me dieron todos los datos y partí viviendo el viaje con corazón bien puesto en cada instante, sin internet, con la cara llena de tierra y con el viento me moviéndome a su antojo.
De este recorrido, por la ruta 40, no olvido las panorámicas del paisaje, la carretera eterna, las formas de la cordillera a mi derecha y el nacimiento de la pampa a mi izquierda. Fueron días en que permanecí boquiabierta por tanta belleza, con el corazón y el cerebro a mil. Sentía profunda gratitud por la decisión de haber emprendido ese viaje. Una gratitud a mí misma que nunca había sentido en mi vida.
Pasado Caviahue, era hora de seguir. Entonces salí rumbo a San Martín de Los Andes, a la Ruta de los Siete lagos, por Villa la Angostura, Bariloche y finalmente llegué El Bolsón. Por la ruta, vivía el viaje con calma y me sentía muy bien de estar disfrutando cada destino, degustando de la buena cocina argentina y de la amabilidad de su gente. También me sorprendí con la magia de sus paisajes, a medida que estrechaba lazos con este nuevo estilo de vida nómada que había adoptado.
Así, con más experiencia, me fui tomando el viaje con relativa holgura. Empecé a tomar caminos secundarios y terciarios con difíciles accesos de ripio y barro, sólo para saber hasta dónde llegaban. Eran definitivamente rutas donde la moto, una Honda Tornado de 250 centímetros cúbicos, se lucía. Y, también, donde toda la incomodidad que implica andar en moto en la carretera se compensaba con la performance en la tierra, arena y barro de mi vehículo. Esto, sobre todo considerando que por entonces yo era una novata con solo 1.000 kilómetros de experiencia.
Finalmente, pasé un total de tres 3 meses sobre la moto, recorriendo la zona norte de Patagonia entre Chile y Argentina. Por la ruta, conocí gente hermosa, abracé paisajes de cuentos de hadas, aprendí a manejar mejor la moto e incluso en algún momento pensé que podría vivir en tierras australes.
En definitiva fue una experiencia hermosa que con el tiempo, también se tiñó de un nuevo sueño. “Natalia, tienes un vuelo desde São Paulo a Europa, ponte las pilas”, dijo mi mente y nuevamente volví a soñar. Hoy solo puedo añadir: si tuviera que partir de nuevo, lo haría feliz en mi Honda y con todos los sueños conmigo y mi motor. Mientras que, el cuento sobre mis peripecias por Uruguay y Brasil, te las contaré en la parte 2 de esta aventura, ¡nos vemos en el siguiente artículo!
Comentarios