Ignacio Aldana: 8 días cruzando Los Andes a pesar de su discapacidad visual

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Un hombre con sombrero rojo y chaqueta azul sonríe en los Andes.

Con el apoyo de mucha gente, Ignacio Aldana se convirtió en la primera persona ciega en seguir la mítica ruta del Ejército Libertador que une a Chile con Argentina.

TEZÓN

Esta es una historia de esfuerzo y perseverancia. Un testimonio único que nos hace pensar en que, en realidad, no hay impedimentos para lograr nuestros objetivos. Ignacio Aldana Riquelme (43 años), quien quedó ciego luego de un accidente doméstico hace ya 8 años, nos muestra que querer es poder… Y que la discapacidad no es barrera para conquistar sus sueños. En sus palabras, «mi bastón de ciego no es grillete ni mi ceguera la carcelera para encarar nuevos desafíos».

Ignacio Aldana, de 43 años al momento de realizar esta travesía, quedó ciego hace 8 años luego de un accidente doméstico.

MÁS DE 100 KM DE TRAVESÍA

En total, se trató de un recorrido que le tomó 8 días a Ignacio y a los dos amigos que le sirvieron de apoyo. Durante febrero de 2020, tras años de preparación y en su segundo intento, atravesaron la majestuosa Cordillera de los Andes por el mismo paso que utilizó el General San Martín hace 203 años. En ese entonces, el Ejército Libertador tenía el objetivo de traer una esperanza de libertad a Chile. En esta ocasión y de forma análoga, Ignacio también quiso sentir esa sensación de libertad que proporciona el ambiente de alta montaña. No pudo divisar las altas cumbres del Aconcagua y de otras grandes montañas a su alrededor, pero sí pudo sentir el aire seco y enrarecido a los 4.500 m, los efectos de la hipoxia, el azote del viento, el granizo y el rugido de las tormentas eléctricas, el terreno irregular y, en definitiva, la sensación de aventura. Por eso, su expedición recibió el nombre de «Patrulla Aventureros de la Libertad».

Un guía principal (José Luis Barraza) y un guía auxiliar (Natanael Herrera) ayudaron a Ignacio Aldana a sortear los obstáculos y las fuertes pendientes.

Pero no fue fácil; las jornadas fueron agotadoras. Una, incluso, los obligó a recorrer 22 km en un solo día. Caminos sinuosos, con gran desnivel y mucho acarreo. Incluso vadeos de ríos. Pero, a pesar del cansancio, Ignacio no lograba conciliar el sueño por las noches. En su carpa, todas esas sensaciones que había vivido durante el día -el aullido del viento, las caídas de piedras, los ecos- volvían a acosarlo. Y cuando por fin se quedaba dormido, soñaba de nuevo con el riesgo, con el peligro que acechaba en ese entorno que no podía ver. Al otro día despertaba cansado, con el cuerpo apaleado. Ese es el efecto que causa el hecho de estar en constante estado de alerta.

Pero, poco a poco, fue ganando confianza en sí mismo. Los movimientos comenzaron a fluir y las pisadas se hicieron más seguras. Para esto último, haber sido corredor en carreras de ciegos le ayudó muchísimo. Toda experiencia suma.

La pértiga (el bastón para ciegos) fue fundamental para avanzar varios kilómetros por día. En una jornada, el trío incluso recorrió una distancia de 22 km.

UN LOGRO COMPARTIDO

El montañismo es sinónimo de lucha y superación personal, pero también, en muchos casos, de compañerismo y trabajo en equipo. Así fue también este cruce de Los Andes: Ignacio requirió de la ayuda de dos amigos incondicionales que lo fueron guiando. José Luis Barraza -suboficial de Ejército del Destacamento de Montaña N°3 Yungay y líder de la patrulla- y Natanael Herrera -joven constructor civil, quien también es profesor en la cárcel de Rancagua e integrante de la Defensa Civil de Los Andes- fueron sus ojos en las montañas. Con Ignacio al medio, entre ellos, fueron dándole consejos e indicaciones: dónde poner los pies, cómo equilibrar el cuerpo, cómo resistir la corriente de las aguas, etc. La pértiga fue un instrumento esencial y así también todas las otras técnicas de marcha que suelen utilizarse con personas con ceguera.

En varios segmentos del trayecto el sendero se volvió borroso y en otras ocasiones el camino presentaba pendientes demasiado abruptas. Para evitar riesgos mayores, Natanael tuvo que adelantarse a José e Ignacio para encontrar un paso más seguro. Por eso, el cruce de los Andes no fue sólo un desafío para Ignacio, sino también para sus dos acompañantes. Ellos no sólo debieron soportar la intensidad de la actividad y mantener la concentración mental que significó estar todo el tiempo pendientes de Ignacio, sino que también tuvieron que hacer gala de todos sus conocimientos y competencias en alta montaña: planificación, estrategia, orientación, interpretación meteorológica, metodologías para gestionar el riesgo, etc. «Estar tantos días en la cordillera no fue fácil», confiesa Ignacio en representación de sus amigos. «La cordillera tiene su genio. Es fácil que se te quiebre la mente en un ambiente así».

En la imagen, Natanael Herrera (a la derecha) y José Luis Barraza (al fondo con las banderas de Chile y Argentina). Ellos fueron los ojos de Ignacio Aldana en los cerros.

La travesía sólo fue posible, además, gracias al apoyo de muchas personas e instituciones. Por ejemplo, el grupo de radioaficionados amigos de Ignacio contribuyó a la coordinación con los bomberos. Estos últimos también fueron quienes les facilitaron el transporte: primero, hacia la ciudad argentina de Uspallata, para iniciar la travesía, y luego, fue el mismo cuerpo de bomberos de Los Andes el que también pasó a recoger al trío al sector de Las Tejas (en Putaendo), ya en territorio chileno, una vez finalizada la ruta. Ignacio se siente agradecido, asimismo, de los arrieros y sus mulas, puesto que le ayudaron a llevar su equipo hasta el punto de inicio de la caminata. Y, en general, siente gratitud por todos quienes creyeron en él y secundaron sus pasos, especialmente sus familiares y amigos, el Ejército, Carabineros, la Gobernación Provincial de Los Andes y la Municipalidad de Los Andes, Andesgear y otros colaboradores.

Montañismo inclusivo: ¡se trata de otorgarle las mismas oportunidades a todas las personas!

MENSAJE Y ACTITUD

Ignacio Aldana, este montañista y runner aficionado con discapacidad visual, no tiene en mente detenerse. Sigue entrenando para algún día afrontar más retos. Por de pronto, le gustaría subir el Aconcagua, cima que jamás ha sido hollada por una persona ciega, o cruzar el desierto de Atacama. Y es que de eso se trata: de seguir soñando y desafiándose. Porque como dijo José Luis Barraza, «lo que queremos es que las personas con discapacidad tengan los mismos espacios y las mismas oportunidades que la gente normal. Es, de hecho, a esta gente normal a la que tenemos que sensibilizar, para que se incluyan a las personas discapacitadas en todo tipo de trabajos. Y pronto veremos que estas personas discapacitadas tienen, en realidad, muchas otras habilidades que desconocemos». Como reconoce José Luis, «que una persona ciega sea capaz de llegar a los 4.500 m por sus propios medios demuestra su convicción, una voluntad de vencer todo tipo de barreras, especialmente las impuestas por la sociedad. Ignacio es un ariete, es la punta de la lanza, porque sus pequeños pasos están abriendo caminos para cientos de personas«.

Aunque Ignacio no pudo ver estos paisajes, sí los pudo apreciar de otra forma, expandiendo sus otros sentidos: el eco del viento en lo cañones, la sensación del terreno, el olor a la hierba fresca.


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