En kayak desde el glaciar Trinidad al glaciar Pío XI y Puerto Edén

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Dos personas paradas frente a un glaciar

Dos exploradores relatan aquí su aventura en kayak y varios porteos por los intrincados fiordos de la Patagonia chilena.

SUMERGIDOS EN LA PATAGONIA

A mediados de octubre de 2019, los vientos patagónicos nos llevaron a Camilo Rada y quien les escribe a realizar algunos trabajos de campo en el glaciar Trinidad. Este remoto y curioso glaciar se encuentra en el extremo sur del fiordo Exmouth. Contrariando la tendencia generalizada de los glaciares de Patagonia y del mundo, este glaciar ha avanzado sistemáticamente desde el primer registro de 1945. Es impresionante, en particular su abrupto frente que avanza aplastando enormes árboles de coigüe, mañío, canelo y ciprés de las Guaitecas.

Camilo Rada frente al glaciar Trinidad, el que al avanzar aplasta todo a su paso. Foto: Natalia Martínez.

Finalizadas las tareas de campo, llegó la hora de regresar y con esto, dar inicio a una nueva aventura. Pusimos todo nuestro equipo dentro de los kayaks y en un lluvioso día nos mandamos al agua. Un lobo marino nos fue a despedir. Desde este punto la navegación está muy protegida por el fiordo Exmouth que tiene unos 26 kilómetros de extensión, y ofrece playas y zonas para acampar con frecuencia.

 La salida del fiordo Exmouth al fiordo Eyre presenta bajos y bancos de arena que hacen muy delicada la navegación de embarcaciones mayores, pero en kayak solo requirió rodear extensos bancos de arena habitados por caiquenes y gaviotas.

Cruzamos la cabecera del fiordo Eyre, la cual está más expuesta al viento. Las olas no suelen desarrollarse demasiado en esta zona con los vientos predominantes del N, NW y W, debido a que la ruta sigue la costa de barlovento.

ENTRE HIELOS

Luego comenzó una de las secciones más fascinantes de la travesía: nuestro paso por el imponente glaciar Pío XI. Es, de hecho, el frente glaciar más ancho de América del Sur. Actualmente, su frente se ha embancado en su propia morena frontal, formada por las piedras y sedimentos que el glaciar trae desde las montañas. Esto significa que ya no libera témpanos de hielo como solía hacer pocos años atrás, haciendo más segura la navegación y permitiendo acercarse más que nunca a su frente. Incluso, lo puedes ir a tocar si quieres. Entre el hielo y el mar ahora se encuentra una playa ancha y de costa muy somera con sedimentos arcillosos muy finos. El día en el que recorrimos esta extraordinaria sección de la ruta fue increíblemente soleado y calmo, por lo que se nos ocurrió hacer un pequeño desembarco a mitad de su frente para poder disfrutar la vista del glaciar de más cerca.

El glaciar Pío XI posee el frente más ancho de América del Sur y es el más grande de los que se desprenden del Campo de Hielo Sur. Foto: Natalia Martínez.

Si se desembarca en esta costa debe hacerse con mucho cuidado, pues es fácil hundirse 20 – 50 cm en los sedimentos, y una persona sola podría fácilmente quedar atrapada en los mismos. Además, el reembarco en el kayak puede ser dificultoso. Si no, pregúntenle a Camilo, que luego de unas fotos quedó embarrado hasta las rodillas, y cuando sacaba una pierna del barro para subirla al kayak, la otra se hundía tanto que resultaba imposible sacarla.

Luego de este fantástico recorrido cortejando esta gigantesca mole de hielo, decidimos pasar la noche en la costa oeste del fiordo Eyre y bien cerquita del glaciar, aprovechando el solcito para secar las cosas. A medida que bajaba el astro rey, pudimos contemplar las maravillosas montañas de Campo de Hielo Sur. Entre ellas y bañado de color fuego resaltaba el imponente volcán Lautaro. Y así, con esa felicidad que te da lo natural, nos fuimos a descansar a nuestra carpa, idílicamente emplazada entre cipreses centenarios.

El volcán Lautaro, con sus 3.623 m de altitud, es la montaña más alta de Campos de Hielo Sur y el único que ha mostrado abundante actividad durante el último siglo. Foto: Natalia Martínez.

CAMBIO DE ESCENARIO

A la mañana siguiente, nos recibió otro gran día. Para nuestra sorpresa, al bajar la marea el agua salada se había ido muy lejos de la playa. Entre el mar y nosotros se extendía ese barrito glaciar que se mete hasta en el más mínimo rincón. ¿Qué hacemos? Gaviotas volaban alrededor nuestro como riéndose de la situación.

Empujamos los kayaks hasta donde me dio mi metro de pierna y cintura y de ahí, a regresar por el mismo camino, pues no podía subirme al kayak. ¡El barro me sopapeaba de forma insistente! Subí donde el lodo era menos profundo, y entre empujones de Camilo y remadas en el barro mismo, logramos salir de esa pegajosa coyuntura. Lo logramos gracias a que los dos kayaks brindaban los puntos de apoyo necesarios para que Camilo extrajera su cuerpo del lodo.

Luego, nos internamos en bahía Elizabeth, que se escondía a la vuelta de la punta Micalvi, donde la navegación fue tranquila y protegida. Al final de esta bahía, accedimos al río que baja del lago Ana María, donde navegamos unos 600 metros hasta que se hizo demasiado bajo y fue necesario iniciar nuestro primer porteo. Este fue el primero de tres porteos que son necesarios para cruzar el promontorio Exmouth hasta el Seno Reindeer. Buena parte se recorre navegando ríos y lagos, siendo solo 5,5 kilómetros los que deben hacerse caminando.

Ya internados en aguas dulces, nos encontramos rodeados de bellísimos bosques de ciprés, lengas y coigües. Dejamos atrás a las gaviotas, cormoranes y cauquenes para entrar en contacto con las garzas, huemules, macás comunes y ostreros.

La hora había llegado, nuestro suave deslizamiento sobre las aguas se transformaba en una pesada y penosa marcha: había que portear. En esta primera sección fue sólo un kilómetro, pero eso significó hacer dos viajes con mochilas pesadas para mover la carga y luego en un tercer viaje llevar los kayaks vacíos por un bosque denso y empinado, para luego proseguir por zonas de turba abiertas hasta llegar al pie de una corta pero fuerte pendiente cubierta de pastos.

«Portéabamos tres veces cada tramo, dos con mochila, y en el último llevábamos los kayaks vacíos sobre la esponjosa turba». Foto: Natalia Martínez.

Luego, la pendiente disminuyó y siguió un tramo largo y fácil con pendientes descendientes hacia el lago y por terreno abierto cubierto de turba bastante compacta. Y allí nos quedamos, a orillas del lago Ana María, con una hermosa vista a sus calmas aguas y súper exhaustos por las idas y venidas.

Una de las grandes ventajas del kayak es que se puede acarrear mucho peso en los compartimentos estancos. Por ejemplo, una carpa y todo el equipo de camping. Foto: Natalia Martínez.

EL LLAMADO DE LA NATURALEZA

Una escarcha fina nos da los buenos días, la silueta de los cipreses se refleja en un perfecto espejo de agua que poco a poco se tiñe con los colores del alba. Remamos por el lago Ana María y desembarcamos en el costado sur del río que lo alimenta en su extremo oeste. ¡Aquí comenzó un nuevo porteo por tierra, con la misma dinámica del 1×3! Tras un tramo plano, donde nos encontramos infinidad de ranitas, cruzamos una pequeña quebrada e iniciamos el ascenso de una pendiente moderada, la que fue seguida por un tramo largo de caminata por turba compacta sin pendientes significativas y tapizadas de pequeñas plantas carnívoras. Así, llegamos a una pequeña lagunita, la cual sorteamos por su margen izquierda (sur). Una corta caminata nos condujo al lago Čekuol, al que accedimos por una bajada a través de un bosque denso pero fácil de transitar.

Remamos por el lago Čekuol, luego continuamos por el río que lo desagua, el cual avanzaba con muy poca pendiente y amplios meandros. A tramos, el río podía navegarse sin inconvenientes, pero con frecuencia era necesario bajarse del kayak para pasar sobre o bajo los abundantes troncos que obstaculizaban el paso. Acampamos a lo largo del río en una turbera cercana, y como es habitual, el llamado de la naturaleza se hizo sentir a la mañana siguiente y al salir de la carpa tuve la suerte de encontrarme frente a frente con un hermoso huemul macho, que rápidamente se escabulló entre el bosque y se perdió de mi vista con su camuflado pelaje.

MÁS PORTEOS…

Entonces continuamos por el río hasta que comenzaron los rápidos. En este punto nos bajamos de los kayaks y entre los dos los fuimos bajando de a uno. Yo sostenía la cola del kayak con una cuerda, mientras que Camilo guiaba la punta de éste con otra cuerda. Ambos caminando por la orilla, y dentro del río. Al día siguiente retomamos la misma dinámica bajando sucesivos rápidos, pero estos se volvieron demasiado peligrosos para nuestras escasas habilidades en aguas blancas y decidimos iniciar el tercer porteo por tierra.

Este último porteo comenzaba con una subida suave por turba blanda, la que era seguida por zonas planas. Todo por vegetación abierta y relativamente libre de obstáculos. Alcanzamos un puente sobre el río Curinao, bastante deteriorado, con un costado muy inclinado debido al colapso de una de las dos vigas de ciprés. Si bien nos fue posible cruzar, este presenta un gran riesgo, por lo que lo hicimos asegurados con técnicas de escalada, cuerda, arnés y oraciones a cuanto dios conocíamos. Luego del primer cruce establecimos un pasamanos como línea de seguridad en caso de que el puente cediera.

Desde este punto, el sendero sigue una huella establecida antiguamente, la cual está señalada con marcas de varios tipos. La última parte atraviesa un bosque selvático y denso, el cual sería imposible de transitar si no existiera la huella.

Cruzando el deteriorado puente sobre el río Curinao. Saber de escalada y manejo de cuerdas es vital para un explorador. Foto: Natalia Martínez.

La huella era tenue, pero perceptible. Foto: Natalia Martínez.

LA ÚLTIMA ETAPA

Ya en el fiordo Reindeer, la navegación de este tramo nos trató muy bien. La corriente del río ayudaba significativamente al avance y la parte interior del fiordo estaba bien protegida del viento. Sin embargo, a medida que nos aproximábamos al Paso del Indio, la exposición a los elementos fue mayor. La lluvia y la intensidad del viento fue creciendo en cada remada y con ellas el tamaño de las olas. Conclusión: nos orillamos y habiendo hecho 3,3 kilómetros hasta una playa donde había señal de telefonía móvil, cual pollitos mojados, llamamos a Aliro Vargas, amigo oriundo de Puerto Edén y experimentado navegante de estas aguas. De pronto, en un cerrar y abrir de ojos, ya nos aproximábamos a las coloridas casitas de Puerto Edén, sus pintorescas pasarelas y hermosos colibríes. Es importante notar que cuando la marea sube el Paso del Indio experimenta corrientes con rumbo sur. Evidentemente, la corriente toma rumbo norte cuando la marea baja.

Al llegar a Puerto Edén, una ducha calentita y una rica cena nos repuso de inmediato. ¡Estamos listos para embarcarnos en la próxima aventura!


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