Cristián Donoso: un explorador contemporáneo
Es el explorador más destacado de Chile. Su vida y pasión demuestran que la exploración no es algo de siglos pasados, sino que sigue vigente.
Montañista, navegante, docente universitario. Ha realizado más de 50 expediciones en Patagonia, las regiones polares y el Océano Atlántico. En su lista figuran primeros ascensos, nuevas rutas, descubrimientos históricos y geográficos. Entre sus logros, destaca el hecho de ser la persona que más millas ha navegado en kayak en la Antártica (1.500 km aprox.). También ha recorrido el Ártico (por Noruega y Groenlandia), convirtiéndose así en el único chileno que ha realizado expediciones de largo aliento en ambas regiones polares. Ha descubierto navíos que habían naufragado cientos de años antes y también ha contribuido a la ciencia revisando los efectos del cambio climático (por medio del contraste entre fotos y cuadros antiguos con el escenario actual). Una y otra vez vuelve a los Campos de Hielo Norte y Sur y también a Tierra del Fuego en busca de más.
Su vida llena de aventuras le ha llevado a ser portada de revistas como The Explorers Journal y a ser invitado a incorporarse como miembro a “The Explorers Club” de Nueva York (esta es la asociación de exploración más prestigiosa del mundo). También recibió el premio internacional Rolex en 2006 y, en nuestro país, el premio al mejor deportista del año 2009 entregado por el Círculo de Periodistas Deportivos de Chile. En 2010 fue distinguido como el explorador del Bicentenario.
En conversación con Andesgear, Cristián -quien recientemente volvió de su última expedición al Campo de Hielo Norte, la que hizo junto a Harry Brito y que puedes leer pinchando aquí– se dispone a responder nuestras preguntas.
¿Podrías hablarnos un poco acerca del fenómeno de la exploración?
Desde que nacemos, todos sentimos un impulso vital hacia la exploración. En nuestros primeros años escudriñamos la materialidad de las cosas, deseamos tocar y saborear todo lo que está al alcance de la mano, saber qué hay dentro de ese mueble, o allá afuera, en el jardín. Este sentido de exploración perdura durante toda la vida y se expresa en la curiosidad irrefrenable del ser humano por saber más, por conocer y entender la realidad en sus infinitas facetas. De ahí nace también el interés por profundizar en las artes y las ciencias, en el dominio de una técnica cualquiera, y hasta en el deseo de enterarse sobre lo que pasa puertas adentro con nuestros vecinos o en la intimidad de una monarquía.
De todas estas formas de expresión de la curiosidad humana, la exploración de territorios desconocidos constituye la forma más atávica. Por millones de años los homínidos debieron aplacar su deseo de estabilidad, confort y certidumbre, saliendo hacia lo desconocido para encontrar alimento, como cazador o recolector. La economía, por tanto, con sus diversas expresiones, ha sido la condición evolutiva que ha impreso en el humano el deseo de explorar. En Patagonia, por ejemplo, los primeros exploradores amerindios llegaron en busca de nuevas zonas de caza y recolección. Más tarde, personajes como Magallanes, Drake y Le Maire, Williams y Grosse, Fitz-Roy y Steffen, Nogueira y Popper, llegaron en busca de rutas y conocimiento geográfico para desarrollar o afianzar un interés económico nacional o personal.
Con todo, el solo deseo de saciar el estómago no basta para explicar el ímpetu humano por la exploración geográfica. Hay algo más, un resplandor que la evolución puso en el espíritu humano para empujarlo hacia lo desconocido. Y es algo que no tiene que ver con economía o la utilidad. Se trata pura y simplemente de la búsqueda de la felicidad y del desarrollo de la propia espiritualidad.
Etimológicamente “explorar” -al igual que “implorar”- proviene del léxico latín plorare, que significa “llorar, lanzar gritos de dolor, gemir”. En su sentido general latino, el prefijo ex significa “salida del interior de un objeto”, en oposición a in, que significa “entrada en alguna cosa”. En consecuencia, mientras que “implorar” significa “entrar en llanto”, la palabra “explorar”, por oposición, significa salir de él. Denota, por tanto, la acción de escapar o salir del sufrimiento. O lo que es lo mismo: ir en busca de la felicidad.
Por lo tanto, la exploración no es algo del siglo XIX ni es algo que esté atado únicamente a la consecución de recursos económicos. Ese impulso es profundo y visceral; sigue vigente y seguirá en expansión mientras existan seres humanos sobre la faz de la Tierra (y más allá, incluso, como lo demuestran las exploraciones espaciales).
Sí. Este punto es importante. Quizás sea ésta la condición que, en tiempo reciente, ha permitido a la exploración independizarse de su raigambre económica, para servir únicamente como camino para el desarrollo espiritual y la felicidad, enalteciendo así el espíritu humano más allá de cualquier consideración práctica.
Esta nueva tradición de exploradores de la Patagonia, aquellos que van tras lo desconocido “solo porque está ahí”, surge con fuerza a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Navegantes y montañistas como Joshua Slocum, Martin Conway, Alberto de Agostini y Bill Tilman y, más recientemente, Camilo Rada y Pablo Besser, están entre los representantes de esta tradición “romántica” de la exploración patagónica, que privilegia la experiencia de lo incierto al entrar en lo inexplorado, además del “quantum” de la meta puramente deportiva.
En relación a tu propia persona, ¿cuál es tu motivación para emprender una expedición, qué te impele a hacerlo? Pues es sabido que toda expedición conlleva también una gran dosis se agotamiento, sacrificio y malos ratos. ¿Qué hace que quieras salir una y otra vez, a pesar de todo?
Es una pasión, y como todas las pasiones, no es fácil de explicar. Los territorios inexplorados me generan un magnetismo que a veces llega a ser obsesivo. Mi primera aproximación a un objetivo de exploración puede ser una foto, un mapa, una historia en algún libro o revista o un relato que cuenta algún compañero en la carpa. Algo que me lleva a soñar, a imaginar la creación de algo que no existe, una ruta inédita o una travesía que ningún humano ha transitado, tal como ocurre con un artista imagina una imagen o una melodía todavía inexistente, pero que parece fluir a fuerza desde su interior. Imagino una línea en el mapa y todo lo que me puede pasar si la transito, como si fuera una sinfonía; e imagino toda la belleza que puede haber en su ejecución. Cuando imagino belleza en el estilo, cuando proyecto el hecho de sortear obstáculos desconocidos con los mínimos recursos. Belleza en el despliegue de la destreza y capacidad física, en las decisiones que tomo, en la intuición, en el espectáculo de la naturaleza cuando ella se expresa con toda su fuerza sobre uno, haciéndote sentir intensamente vivo. La exploración, como cualquier obra de arte, es una oda al espíritu humano.
Cuando exploras la naturaleza, te zambulles en un escenario donde el cuerpo y la mente se unen para resolver problemas sin intermediaciones y con mínimos recursos materiales. Enfrentar en forma directa un entorno hostil y desconocido te obliga a conectarte con la naturaleza y con el presente, a estar atento a todo lo que pasa a tu alrededor, porque de ello depende tu supervivencia. Y para sobrevivir cuentas con miles de herramientas físicas y cognitivas que ha implantado la evolución en nuestro cuerpo y mente en la dimensión racional y la emocional. Nuestros sentidos, así como la capacidad espiritual, física y cognitiva, son el resultado de un proceso evolutivo que ha definido lo que somos como especie en nuestra interacción con la naturaleza. Y enfrentados con mínimos recursos a la naturaleza, vemos emerger toda esa potencialidad humana, y nos hacemos conscientes de ella.
La exploración también es una oportunidad para poner todo el corazón en un objetivo, y para vivir experiencias de amistad y compañerismo. Todo eso me hace sentir plenitud, felicidad, como ya he dicho.
Podría pensarse que, ya entrado el siglo XX, no hubiera nada nuevo por descubrir, ningún rincón virgen, ninguna cima inescalada. Sin embargo, tus expediciones demuestran que aún existe campo para el montañismo de exploración, que aún hay posibilidades que no han sido agotadas del todo. ¿Dónde encuentras tú que aún hay cosas por hacer y no meras repeticiones de rutas ya hechas por alguien más?
La mayor parte de las cumbres de Patagonia no han sido ascendidas. Lo mismo podemos decir de buena parte de los caminos que nos conducen del mar a esas cumbres. Toda la vida de un humano dedicado a la exploración de la Patagonia no alcanzaría para cubrir ni siquiera una pequeña fracción de su territorio. Se estima que Chile tiene cerca de 40.000 kilómetros de costas, sumando las islas, islotes, fiordos y canales de Patagonia. La mayor parte de esa costa está en Patagonia. Y ese es sólo el punto de partida para entrar en un inmenso territorio interior.
Otra característica de tus expediciones, además del factor exploratorio, es que combinas distintas disciplinas: montañismo, senderismo, kayak, navegación, escalada, ciencia, fotografía, cultura e historia. Los grandes exploradores fueron, de hecho, siempre personas multifacéticas, con múltiples intereses, interdisciplinarias, con espíritus “universales” que buscaban integrar los campos del saber y del hacer. ¿Cómo vives tú esa realidad, siendo además profesor universitario, padre, estudioso autodidacta y más?
He aprendido e integrado distintas disciplinas deportivas como un medio para llegar a lugares inexplorados en un estilo que me obliga a tener un contacto muy directo con la naturaleza. En ese sentido, no me considero un deportista. Las disciplinas deportivas solo han sido un vehículo, un medio para llegar a lugares en contacto muy íntimo con la naturaleza. En el kayak, por ejemplo, sientes hasta las mínimas variaciones del oleaje y del viento. Eso te obliga a estar muy conectado, a fluir con la naturaleza y ser consciente de ella con todos sus detalles y matices. La búsqueda de esas experiencias y el magnetismo por explorar involucra mucha curiosidad por los territorios. Esa misma curiosidad te llama naturalmente a una búsqueda por entender esos territorios e interpretarlos desde distintas perspectivas. Si conoces la historia de un lugar y sus procesos naturales, puedes interpretar lo que estás viendo, su origen, y la experiencia del lugar explorado es mucho más rica, integral, intensa y sorprendente.
Además, como tú dices, es una oportunidad para integrar distintos campos del saber en la observación directa de los fenómenos que esos saberes explican, y no de una forma puramente conceptual. El saber se integra en la experiencia personal, con conexiones que alcanzan incluso el ámbito emocional. Por ejemplo, estás navegando en un kayak y te ves enfrentado al problema de no poder dar la vuelta a un cabo porque tienes marea en contra, y no ves un lugar donde poder desembarcar. Sabes que por ahí mismo navegaron los indígenas en canoas, y desde todo el conocimiento que puedes tener de cómo navegaban, de cómo eran sus canoas y sus herramientas, de cómo era su cosmovisión determinada por su relación con ese paisaje, puedes palpar de una forma muy íntima lo que ellos pudieron haber vivido en ese mismo lugar y circunstancias, cuáles eran sus problemas y cómo los resolvieron. Muchas cosas que has leído comienzan a conectar entre sí o adquieren nuevos significados. Con todo ese conocimiento, la belleza de la experiencia es mucho mayor.
He tenido el privilegio de poder transmitir todos esos aprendizajes en el aula universitaria. Hacer clases también me ha servido para ordenar mis ideas, procesar todas esas experiencias y volver siempre a ellas para darles una estructura. En el ejercicio de enseñar siempre estás aprendiendo.
Respecto a ésta, tu última expedición, cuéntanos un poco, por favor, acerca de la atracción que significa para ti, la planificación y la meta. ¿Por qué decidieron hacerla en el sentido sur – norte y no al revés, por ejemplo?
El desafío de cruzar longitudinalmente el Campo de Hielo Patagónico Norte se puede explicar pensando en el Morro de Arica, que por un lado tiene una pendiente suave, y por el otro es abrupta, que se precipita casi hasta llegar al mar. Si quisieras hacer la travesía del Morro, tienes dos opciones. Escalar la ladera acantilada, llegar a la cumbre y luego bajar tranquilamente por la ladera con poca pendiente. O al revés, subir la ladera suave y luego bajar por el acantilado. La travesía de Campo de Hielo Patagónico Norte es igual. Si lo cruzas en sentido sur – norte, vas ganando altura de a poco, a lo largo de más de 100 km, hasta alcanzar más de 2000 m de altitud. Y para salir del campo de hielo por el norte bajar debes bajar una ladera muy escarpada, descendiendo 2000 m de altura hasta llegar a un nivel cercano al mar. Esa bajada es el crux de la travesía, porque además de las dificultades técnicas que plantea, se trata de una zona muy poco explorada, con todas las incertidumbres que ello implica. En ese escenario, el acceso al Campo de Hielo Norte por el sur es mucho más fácil, y evitas un largo y difícil porteo. Además, si dejas el crux para el final, puedes superarlo en forma ligera, ya que a esa altura ya habrás consumido buena parte de la comida y el combustible, que representan una parte importante del peso.
La dificultad de esta estrategia es que dejas la incertidumbre para el final, cuando dispones de menos recursos y cuando estás en la zona de mayor altitud de la travesía y la más expuesta al mal tiempo. Eventualmente podrías quedar atrapado entre la pared, por un lado, y la extensa meseta del campo de hielo, por el otro. Por eso, antes de intentar el cruce longitudinal del Campo de Hielo Norte realizamos una exploración previa de esta ladera norte, para saber si era factible bajar por ahí, y por dónde hacerlo. La planificación de la ruta consideró una recopilación de fotos tomadas durante sobrevuelos, testimonios de expediciones anteriores, estudio de cartografía, imágenes satelitales, pilotcharts con estadísticas de vientos predominantes, entre otras fuentes.
Mi motivación personal, además de todo lo dicho en mis otras respuestas, tiene que ver con la belleza de la línea trazada en el mapa. Las transiciones también son fascinantes. Del mar al bosque, del bosque al glaciar, del glaciar a la meseta, y de la meseta a la cumbre, de la cumbre a la ladera de roca, al lago Grosse, al bosque y, finalmente, al río Exploradores. Es una transecta bellísima. Una excusa -si se quiere- para focalizar el espíritu en un objetivo muy desafiante. Un objetivo que involucra una experiencia excepcional de la naturaleza, que podría ampliar mi conocimiento de ese territorio y el mapa mental que tengo de él.
¿Cuánto del plan original alcanzaron a concretar? ¿Qué factores incidieron en la decisión de retirada?
Alcanzamos a explorar las zonas de entrada y de salida del Campo de Hielo Norte, que son las secciones más difíciles de la travesía. Una exploración que será clave para un segundo intento. Una suma de factores incidió en la decisión de abortar. Harry tuvo un retraso de más de 10 días en llegar al punto de encuentro, porque justo antes de la expedición quedó atrapado en una isla en el Estrecho de Magallanes, a causa de un mal tiempo muy prolongado que hacía imposible el acceso de embarcaciones. Luego, cuando estábamos en la marcha de aproximación al campo de hielo, ocurrió una inundación violenta del valle Huemules por el vaciamiento del lago glaciar HPN4. Según los pobladores de la zona, este “GLOF” fue uno de los más violentos que se han registrado en la zona. Quedamos atrapados en una isla que se formó entre grandes torrentes de agua. Eso implicó un retraso de una semana. Otras circunstancias de orden personal y compromisos laborales nos obligaron a parar. Quizás habríamos alcanzado a cruzar, pero la presión de ir contra el tiempo reducía nuestro margen de maniobra, y arriesgaba la seguridad. Campo de Hielo Norte seguirá ahí (esperemos) y tendremos nuevas oportunidades. Es habitual que este tipo de objetivos no se logren en el primer intento. Así fue, por ejemplo, con el ascenso de los montes Stoppani y Dalla Vedova en Cordillera Darwin, que logramos ascender con Harry y Camilo Hornauer en un segundo intento.
Como explorador también hay que saber cuándo parar, cuándo retirarse. Ernst Shackleton renunció a la posibilidad de ser el primero en alcanzar el Polo Sur cuando estaba a sólo 150 kilómetros de alcanzar su objetivo, poniendo su seguridad y la de su equipo por sobre el objetivo. Este explorador nunca alcanzó ninguno de sus objetivos en Antártica y, sin embargo, es considerado un paradigma de liderazgo. Incluso el explorador polar noruego Roald Amundsen, quien alcanzó casi todo lo que se propuso, señaló a Shackleton como el explorador polar más destacado de su generación. Esto es una inspiración para mí. La supervivencia siempre estará por encima de los objetivos.
¿Tienes planes de volver?
El plan es volver el próximo verano.
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