A conquistar el volcán Corcovado

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Al sur de la región de Los Lagos, se encuentra una imponente formación volcánica que hasta ahora muy pocos han explorado. Para descubrirla, la cordada del explorador Víctor Zavala se embarcó en un viaje por la norpatagonia para abrirse camino por un territorio de ríos, humedales y bosques nativos. En esta historia, su protagonista cuenta cómo su grupo se convirtió en la octava expedición de la historia que logra hacer cumbre en este lugar.

El volcán Corcovado es una impresionante formación rocosa que se alza sobre los 2.300 metros sobre el nivel del mar, ubicado en la provincia de Palena, en plena región chilena de Los Lagos, a 25 kilómetros al sur de la desembocadura del río Yelcho.

Su imponente figura cónica destaca tanto en Chaitén como en las costas de Chiloé, mientras que su inaccesibilidad, hacen de este volcán un desafío exclusivo para quienes se atreven a escalarlo.

El motivo de su complejidad se encuentra en su geografía accidentada con densos bosques australes y condiciones climáticas adversas. Desde ahí, históricamente llegar a su cumbre ha sido un trofeo restringido a solo siete expediciones.

Navegar hacia el volcán Corcovado

La primera vez que escuché sobre la existencia del Corcovado, fue en 2022, luego que Camilo Novoa y Roberto Mayol intentaran conquistar este volcán. En esa ocasión, las violentas marejadas en el golfo del Corcovado frustraron sus planes, impidiéndoles zarpar. Fue entonces que yo también quise intentarlo. Así, dos años después, le propuse a Mayol buscar cumbre nuevamente y él, rápidamente aceptó. Así armamos una cordada entre los dos primeros aventureros y yo.

Todo partió el pasado 2 de octubre. Estábamos en Puerto Montt y desde ahí tomamos una barcaza hacia el sur, para llegar a Chaitén e internarnos por el Golfo del Corcovado desde el agua. Durante la navegación, nos acompañaba Jorge Anabalón y su hermano, junto a uno de los botes llevaba nuestro equipo.

A lo largo de la travesía, íbamos constantemente evaluando el oleaje, ya que el Golfo del Corcovado es famoso por sus malas condiciones de navegación. De hecho, muy pocos navegantes se atreven a llegar hasta allí.

 

Golfo del Corcovado. Derecha a izq.: Camilo Novoa, Roberto Mayol, Jorge Anabalón, Víctor Zavala. Foto: Víctor Zavala.

Tras dos horas y media sobre el bote, ya era momento de desembarcar. Así llegamos a una costa rocosa y hostil, con olas que rompían violentamente junto a la playa. Fue entonces cuando sentimos llegar la adrenalina a nuestros cuerpos de forma inmediata pues, al bajar, todos terminamos empapados, incluyendo el equipo. Recuerdo que incluso una pierna de Mayol quedó atrapada bajo el bote y tras controlar la situación, revisamos su lesión. Lamentablemente no pintaba bien… era la primera amenaza que enfrentó nuestra expedición.

El Corcovado y sus laderas

Después de una pausa de dos horas para evaluar las condiciones en que se encontraba la pierna de Mayol, emprendimos la caminata ascendiendo por el río Morrillo. Mayol, aunque con dolor, logró seguir el ritmo, y tras cuatro horas decidimos acampar antes de adentrarnos en el denso bosque. Esa noche nos sorprendió una breve pero intensa lluvia. Recuerdo que desperté sobre un charco de agua y mi saco de dormir estaba tan empapado que parecía un trapo.

A la mañana siguiente nos esperaba una travesía de dos kilómetros a través de un bosque muy tupido, con mil metros de desnivel y sin una ruta establecida. Equipados con dos machetes, nos fuimos abriendo camino durante diez agotadoras horas. Mientras los primeros dos abríamos ruta, el tercero llevaba una cinta de marcaje que nos guiaría a la hora de regresar. La humedad sureña empapaba nuestra piel y pies al avanzar y al final de la jornada, encontramos un sitio para pasar la noche. Aquí armamos campamento y aunque no era le mejor sitios para descansar, al menos nos aportó con unas manchas de nieve que permitieron hidratarnos.

Primera noche de vivac. Foto: Víctor Zavala.

De vuelta al saco empapado, esa noche no dormí en absoluto. Para intentar generar algo de calor, hervía agua repetidamente para ponerla dentro de mi botellas Nalgene y usarla como guatero dentro del saco, aún así, no logré conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, las razones para abandonar nuestro objetivo eran muchas: Mayol sufría con cada paso, Novoa tenía tendinitis en ambos brazos por el uso del machete en la jornada anterior y yo, no había dormido en absoluto. Pese a esto, continuamos la marcha. Tras sortear lo último del bosque y avanzar en la nieve, llegamos finalmente al campamento alto en seis horas. Allí, construimos una terraza amplia y plana que nos permitió usar el poco sol que había  para secar nuestro equipo.

A la cumbre del Corcovado

Eran las cinco de la mañana del tercer día y ya estábamos todos en pie. Dispuestos sobre el filo de la nieve, fuimos ganando altura y paso a paso llegamos a pie de vía, donde definimos nuestra estrategia. Desde ahora, Camilo abriría los largos que pudiese, mientras que la escalada en simultáneo por pendientes más fáciles, las haría Mayol para agotar menos al equipo. Por  mientras, yo me quedaría a la espera de los hongos semitales, o como conocemos en jerga montañera a los hielos que e condiciones especialmente frías y ventosas, se forman en la cumbre.

Y así lo hicimos. Camilo Novoa abrió el primer largo de hielo para que luego Mayol avanzara algo así como 300 metros en simultáneo, dando paso para que Camilo hiciera el segundo largo.

Roberto terminando la escalada en simultáneo. Foto: Víctor Zavala.

Durante la subida recuerdo que justo apareció una avioneta por los aires, era mi amiga Julie, con quien habíamos coordinado previamente que nos acompañara desde las alturas. Recuerdo cómo la avioneta pasaba una y otra vez sobre nosotros, tan cerca que cuando el sol se alzaba en el cielo y el viento destacaba por su ausencia, todo se convertía en un escenario de ensueño. Así, las condiciones para que llegáramos a la cumbre eran ideales.

Me acuerdo todavía cuando me tocó enfrentar el primer hongo semital. Este, si bien apenas tenía unos 5 metros, tenía una composición de nieve y hielo inconsistente; esto sin contar con que se disponía sobre un ángulo desplomado que requirió de toda mi destreza para poder superarlo. En esta parte la escalada era muy delicada y expuesta.

Previo a los hongos somitales. Foto: Julie M-Alain

Por otro lado, el segundo hongo que atravesamos, tenía el doble de altitud. No obstante, era bastante más consistente y no nos complicó tanto su escalada. Superado este hito, solo quedaba caminar por un estrecho filo, bastante aéreo y escénico a la vez.  Estando allí pudimos gritar: “¡Cumbre!”, por la radio, y luego pudimos sentir cómo el silencio reinó por unos segundos.

Roberto Mayol, en ese momento no sabía si felicitarme o consolar a Camilo, quien al unísono veía cómo su dron se perdía al caer al vacío fuera de control.

Ya en la cima, disfrutamos de una vista de 360 grados y nos abrazamos antes de comenzar el descenso. La nieve, ahora blanda por el calor del sol, complicaba el regreso y, desde ahí, tuvimos que instalar algunos deadman o anclajes de seguridad realizados con estacas de nieve, para descender con cuerdas la pendiente.

Cumbre en el Corcovado. Foto: Camilo Novoa.

A bajar el Corcovado

De vuelta en el campamento, con las últimas horas de sol, disfrutamos del festín de comida que nos sobraba mientras contemplábamos el océano.

Al día siguiente, nos propusimos descender lo más rápido posible y contra todo pronóstico, logramos llegar a la costa en un solo día. Esto, gracias a las marcas que habíamos dejado en el bosque al comienzo. Diez horas después, alcanzamos nuestros bolsos y celebramos con jamón serrano, queso, papas fritas y vino, ya cerca de la costa.

A la mañana siguiente, Jorge nos esperaba para sacarnos de ahí a bordo de su bote. Esta vez, embarcamos con precisión y sin incidentes. Por el viaje, el viento del sur comenzaba a azotar con fuerza, pero nosotros ya estábamos a salvo, con el sol despidiéndonos en un retorno feliz, listos para descansar y planificar nuestra próxima aventura.

Volcán Corcovado Foto: Julie M-Alain

 

 

 


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