Caleta María: un enclave aislado al sur de Tierra del Fuego
Con la llegada de un camino que busca cruzar Tierra del Fuego de norte a sur, Caleta María se prepara para abrirse al turismo.
Caleta María fue una importante bahía en la que se emplazaron aserraderos de explotación maderera durante la primera mitad del siglo XX. Pero un fuerte terremoto llevó a la localidad al abandono. Hoy, con la reciente llegada de un camino que busca cruzar Tierra del Fuego de norte a sur, Caleta María se prepara para abrirse paulatinamente al turismo, como un destino donde se encuentran algunos de los paisajes más prístinos y remotos de la Patagonia.
TIERRA DEL FUEGO
La primera imagen que surge suele ser la de una llanura extensa, horizontes eternos y amarillentos, apenas ocupados por piños de ovejas, principales habitantes de las estancias de esta tierra fueguina. Es también lo que se ve desde la cabina de una avioneta DAP para ocho pasajeros, durante el vuelo de 45 minutos, una tarde soleada de verano.
Tras despegar desde Punta Arenas, sobrevolar la Bahía Inútil y avistar las estancias de Cameron, se aterriza en una breve pista de aterrizaje de un poblado donde hay más guanacos que casas. Se trata de la villa Pampa Guanaco. Aquí espera una camioneta cuyo destino es Caleta María, para dirigirnos hacia la zona sur de la Isla Grande de Tierra del Fuego, en el sector del fiordo Almirantazgo. El camino de ripio y curvas luce diferente al paisaje que antes sobrevolamos. Más verde, más montañoso y fracturado. Y es que nos encontramos en una frontera natural que divide las extensas llanuras de esa postal de la estancia ovejera fuegopatagónica con el paisaje de montañas altas y nevadas, bosques frondosos y turbas pantanosas.
ENCLAVE DE AISLAMIENTO
Por muchos años, Caleta María fue una bahía cuyo acceso estaba restringido únicamente a la vía marítima. Primero fueron los pueblos kawésqar y yaganes quienes incursionaron en sus canoas de corteza para encontrar refugio y comida. Más tarde, serían las goletas y fragatas de exploradores y pioneros quienes hallaron allí un buen sitio para explotar la madera y asentarse. La idea de conectar Caleta María por tierra surgió en 1978, cuando se le encargó al ingeniero Hans Niemeyer evaluar si era factible o no construir un camino desde la Estancia Vicuña (punto más austral de Tierra del Fuego donde llegaba el camino en ese entonces) hasta la bahía Yendegaia, en el canal Beagle. Recién en 1994 el Estado de Chile, con ayuda del Cuerpo Militar del Trabajo, comenzó definitivamente a construir dicha senda, la cual alcanzó Caleta María en 2014.
Por esa razón, no es raro que a medida que avanzamos por los cañadones y sierras montañosas que bordean el camino parece que todo guarda un aspecto prístino e intocado. Las lengas que alcanzan alturas enormes, los espejos calmos de los lagos Deseado, Despreciado y Fagnano, las montañas cubiertas de vegetación impenetrable, hacen sentir que entramos a una Tierra del Fuego que aún no ha sido narrada, como si aquí se guardara un secreto en su brutal y misterioso paisaje.
Solo unos solitarios lodge de pesca y las instalaciones del Parque Karukinka dan cuenta de la escasa intervención humana a lo largo de la ruta. Y es que esta zona aún mantiene esa condición de territorio extremo, complejo y alta belleza escénica, mantenida así en el tiempo dado la dificultad de sus accesos, pero también porque aquí convergen tres extensiones de grandes parques: el Parque Nacional Alberto de Agostini, con casi 1.460.000 hectáreas, el recientemente creado Parque Nacional Yendegaia con 150.000 hectáreas y el parque privado Karukinka, con 300.000 hectáreas.
El atardecer cae al enfrentar nuevamente la salida al mar. Es la bahía Almirantazgo y el río Azopardo que luce como un hilo plateado bajo el cielo violeta y amarillo que anuncia que hemos llegado al final del camino. La desembocadura del río Azopardo tampoco dejó indiferente a importantes exploradores que llegaron hasta aquí para iniciar sus expediciones científicas y exploratorias: Otto Nordenskjold (1896), Carl Skottsberg (1908), Alberto de D’Agostini (1913) y Rockwell Kent (1922) son algunos que mencionan en sus bitácoras de viaje la atractiva y solitaria belleza de este paisaje.
Una especie de monolito donde se pueden dejar mensajes marca la senda de penetración – donde sólo se puede pasar con marea baja ya que cuando está alta el camino se tapa con el agua – que culmina en el punto donde alojaremos esa noche, el final del final del camino, se podría decir. Se trata del lodge Cordillera Darwin (ventas@cordilleradarwin.cl/ +56998852077), donde su dueña, Yenny Oyarzo, emprendedora puntarenense, vislumbró el potencial de este punto y con grandes dificultades logísticas, además de la pandemia, lo habilitó para recibir a los pasajeros que andan, principalmente, “en busca de un lugar aislado, donde no llega señal de celular, con un paisaje maravilloso y el confort de un buen hotel”, asegura ella.
Esa noche se celebra con asado en “chulengo” (parrilla típica de la zona cuyo nombre viene por la semejanza con la cría del guanaco) para luego pasar a una de las cuatro habitaciones que acaba de inaugurar el lodge. Es una delicada habitación con baño privado y un largo ventanal que enfrenta el bosque de coigues y canelos y la ventosa playa de Caleta María.
AL MAR
Al día siguiente madrugamos para hacer una navegación en la lancha para ocho pasajeros de la empresa “Nativo Expediciones” (nativoexpediciones.cl), quienes nos llevarán a diversos puntos del seno Almirantazgo y fiordo Parry para entender un poco más sobre la historia ecológica e industrial de este lugar.
El día parece mandado a hacer para una navegación de primera. Hay más de veinte grados Celsius, ni una sola nube, apenas viento. Algo que para primerizos resulta el mejor regalo de la naturaleza, pero que para oriundos como Fredy Moreno, capitán de la embarcación y nacido en Porvenir, es, por decir lo menos, amenazante. “Son extremadamente raros los días tan calurosos por aquí”, comenta Fredy Moreno mientras dejamos atrás la protección de la bahía y nos adentramos en el fiordo Parry, que nos sacude con algo de viento norte. El Parry es un largo brazo de mar que se interna profundamente en Campo de Hielo Patagónico Sur. Por eso, allí se pueden alcanzar vistas espectaculares del anfiteatro glaciar que cae desde las montañas hasta el mar. Resulta inverosímil que durante el trayecto a los glaciares más australes del continente todos los que vamos a bordo vestimos bajo el salvavidas solo una polera manga corta.
“Los últimos años, siempre nos hemos tirado al agua aquí. Eso era impensable antes”, cuenta Camilo Uribe, guía de Nativo Expediciones, quien además de guiar la navegación en lancha, ofrece circuitos en kayaks para hacer la travesía en contacto directo con los fiordos y témpanos flotantes, aunque éstos últimos cada vez más escasos y alejados ante el inminente aumento de las temperaturas.
LA UNIÓN DE TRES CULTURAS
Al llegar a la preciosa Bahía Blanca, donde enfrentamos la Cordillera Darwin con sus cumbres como el Stoppani y el glaciar Dalla Vedova, el capitán nos invita a desembarcar. En esa playa de bolones de roca algunos instalan una hamaca para reposar, otros se bañan, otros exploran el bosque, donde todavía hay restos de enormes troncos caídos, vestigios de la explotación maderera ocurrida un siglo atrás en este fiordo.
Desde este punto también comienza un avezado trekking de tres días donde se puede cruzar a pie hasta Bahía Yendegaia y Latapaia, en el canal Beagle. La ruta, sin senderos y con cruces por pantanos y cordones montañosos, es también conocida como “Paso de la Muerte”. El lugar ha atraído a arqueólogos e investigadores de Chile y el extranjero, quienes, gracias a antiguos relatos de viaje como del explorador Rockwell Kent, piensan que esta senda constituyó un antiguo “paso de indios” que habría reunido a las tres etnias que circulaban por tierra y mar en este territorio: kawésqar, selknam y yámana.
Y es que este importante enclave habría servido como ruta de comercialización, intercambio, guerra, comunicación y campamentos indígenas. Pero son tan altas y complejas las logísticas para acceder a este lugar, que apenas se han logrado hacer las prospecciones necesarias para corroborar la fascinante hipótesis.
PAISAJE EN TRANSFORMACIÓN
A lo largo del seno Almirantazgo existieron al menos cinco aserraderos que se emplazaron durante la primera mitad del siglo XX para extraer la madera desde los montes y acarrearlos en balsa hasta el fiordo. En esa época, por 1940′, llegaron a vivir cientos de personas en Caleta María, ya que además existía una mina de cuarzo y oro, la cual todavía mantiene la cueva de donde se extraía el mineral y que es visible durante la navegación. Pero tanto la mina como la industria maderera llegó a su fin con el fuerte terremoto de 1949, el cual, debido al desborde del lago Fagnano, destruyó gran parte de las viviendas, incluyendo también el muelle de Caleta María que quedó sepultado bajo rocas e impidió transportar las vigas hasta Punta Arenas.
Pero no todo es retroceso de glaciares y catástrofes naturales en el sur de Tierra del Fuego. La transformación de los ecosistemas ha hecho que la fauna se haya desplazado hacia sitios donde antes no vivían. Es lo que ocurre cuando dejamos atrás la majestuosa Cordillera Darwin para adentrarnos en Bahía Jackson, en el Seno Almirantazgo. Todavía hay cierta distancia con la orilla, pero rápidamente identificamos los enormes elefantes marinos que se reúnen en familias a lo largo de toda la playa. Esta colonia lleva solo algunos años en este lugar, explica Fredy Moreno. Al parecer, encontraron más calma aquí que en la transitada ruta de cruceros turísticos a lo largo del fiordo Parry para poder tener sus crías en tranquilidad.
Como Bahía Jackson se encuentra dentro del área protegida del Parque Karukinka, perteneciente a la ONG “Wildlife Conservation Society” (que a principios del año 2000 adquirió las 300 mil hectáreas que pertenecían a la empresa forestal Trillium para destinarlas a su conservación). Hoy está prohibido desembarcar o acercarse demasiado a los elefantes. De cualquier modo, la vista desde la lancha permite avistar sus cuerpos enormes, la trompa gigantesca y los colmillos amenazantes de los machos alfa, también los alaridos constantes que parecen venir del inframundo.
LA PACIENCIA
La última parada de esta potente navegación culmina en el aserradero La Paciencia, ubicado a media hora en lancha desde Caleta María, cuando el clima está bueno. Allí desembarcamos y recorremos sus laderas de pasto cubiertas con pequeñas flores blancas hasta lo que fue la antigua casa del aserradero.
En el camino, encontramos una enorme caldera a vapor abandonada. También un cajón de madera utilizado para deslizar palos desde el bosque a través de senderos “envaralados” hasta el aserradero. Las piezas desperdigadas, relativamente intactas, guardan un aspecto fantasmal que no hace difícil imaginar la vida en este remoto lugar casi un siglo atrás, sobre todo al ingresar a la casa que sirvió para estancieros y trabajadores del aserradero y donde aún se puede ver hasta restos de la loza que ellos usaban. Son los vestigios patrimoniales del aserradero Caleta María, huellas vulnerables del paso del hombre por este desconocido territorio.
LAGO FAGNANO
Antes de partir, una breve detención en la orilla norte del lago Fagnano, a 13 kilómetros de Caleta María, donde tiene cabañas el pionero Germán Genskowsky (+56 9 8216 8388) y su familia. En 1985, cuando la idea de un camino era todavía una locura, Genskowsky inició con mucho esfuerzo la estancia Lago Fagnano, siendo el primero en desarrollar la actividad ganadera y turística en la zona, aún cuando no existía acceso vehicular. Para que los pasajeros –principalmente turistas interesados en la pesca deportiva– llegaran hasta este remoto lugar, él tuvo que recorrer por varias temporadas más de mil kilómetros a caballo desde estancia “Vicuña” hasta el lago Fagnano para ir a buscar y luego ir a dejar a los turistas.
Hoy, Genskowsky ha reunido en un museo particular los objetos y archivos que dan cuenta de la historia de los inicios de Caleta María y lago Fagnano. Él mismo lleva a los pasajeros a conocer el museo y, si hay suerte, cuenta historias como la del tractor -todavía existente – que usó su padre Lucio Fagnano, con el que abrió sendas y caminos y que casi le cobró la vida en dos ocasiones. Pero para eso, hay que ganarse su confianza. Y antes, tener el ímpetu de alcanzar este remoto e inolvidable lugar.
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