Bitácora de Felipe González: El Morado, la «montaña soñada»

El Morado es una majestuosa montaña cubierta de nieve que se extiende hacia un cielo azul claro.

“Dicen que de las experiencias se aprende, así que, si El Morado está dentro de tus proyectos, inspírate con la siguiente historia.”

Nuestro atleta Andesgear, Felipe González, instructor de alta montaña y escalada, con amplia trayectoria abriendo rutas y formando a nuevas generaciones, cuatro veces ganador del campeonato de escalada en hielo “Portillo Ice Fest” y dos veces ganador del “Ice Fest Patagonico” en Aysén, entre otros memorables logros. Nos comparte en primera persona su experiencia en la gran ascensión y descenso en esquí por el emblemático cerro de los Andes Centrales, El Morado (4490 msnm). Travesía realizada por su pared norte en noviembre del 2018.

“Posterior a los dos ascensos del Morado Sur, mi secreta intención de volver era por la escalada de la gran cascada de hielo, que en mi ascensión en solo logré divisar desde su base. Un monstruo abominable, que difícilmente podría embestir sino era con una cordada de nivel.

Así pasaron los años, y en el 2015 Andrés Zegers, junto a Aike Parvex, y el español Oriol Baróa, ascendieron “La gran cascada” (graduada como WI 5). En aquel entonces me alegré por sus logros y rápidamente di vuelta la página. El fuego alentado por esa montaña soñada quedaba sumida en un acopio de cenizas, las que no fueron avivadas nuevamente hasta leer un reportaje de Nicolás Gutiérrez y  Sebastián Rojas,  en su ascenso al Morado Norte y su descenso en esquí.

El hecho de ver una fotografía con un esquiador al lado del gran seracs colgante (bloque de hielo fragmentado por importantes grietas en un glaciar), tantas veces observado y de distintos ángulos, no fue sino un chorro de bencina sobre las moribundas brazas.

Luego, y ya como residente del Cajón del Maipo empecé subir casi todas las montañas clásicas de esquí de montaña, por el día, dos, e incluso algunas travesías de varios días, madurando como esquiador y comenzando a soñar en grande, así como cuando lo hacía en las primeras incursiones a la montaña por al año 95, cuando contemplaba la impresionante pared sur de El Morado.

Así llegó noviembre del año 2018, donde por trabajo visité la Laguna del Morado durante dos semanas consecutivas, logrando abrir el apetito por lo nuevo. Además con mi amigo Arnaud Chapuis, habíamos esquiado el Co. Unión y el enlace del Co. Arenas hace poco, por tanto tenía todas las visuales y condiciones de la montaña, por sus distintos ángulos. A estas alturas la hoguera estaba a pleno, pero la temporada de esquí desgraciadamente estaba menguando.

Día 1 «El Comienzo»: 23 de noviembre 2018

Finalmente, Arnaud, un viejo camarada de montaña, con quien hacía 15 años no subíamos una montaña de envergadura juntos, se decide acompañarme en este hermoso nuevo proyecto.

Partimos caminando del vehículo como a las 17 horas para llegar a la laguna del Morado en un par de horas, armar la carpa y tirarnos a dormir algunas horas antes de comenzar a ascender por el canalón de la ruta normal del Morado.

Por lo avanzado en la temporada (altas temperaturas), decidimos subir siempre de noche y de esa manera, amortizar las posibilidades de desprendimientos de seracs o avalanchas.

Día 2 «La Ascensión»: 24 de Noviembre 2018

Una luna colmada es cómplice y testigo de nuestros esfuerzos en la nieve poco consistente, para colmo no hay huella abierta, así que nos toca  abrir muchas veces en punta y codo,  para no llegar hasta la medula del manto nivoso. La pendiente es a veces superior a los 45°, por lo tanto no es posible calzar los esquís aún. Mi compañero abre con hábil maestría gran parte de la jornada, en repetidas ocasiones me siento sumamente perjudicado, ya que la huella de zancada larga de mi cordada no me acomoda, pero ¿qué culpa tiene de ser más grande el viejo?, así que resignado debo hacer una nueva huella. En la mochila habita todo lo de campamento y equipo técnico, sin ser un peso extremo, es lo suficiente para progresar símil a un  topo.

Ya encontrándonos en la cota del gran seracs colgante comienza a amanecer, sentimos satisfacción que los rayos del sol aun no acaricien estas toneladas de hielo suspendidas sobre nuestras cabezas, y poder salir del estado de vulnerabilidad. También disminuye la pendiente y es posible calzar los esquís con las pieles; el avance se mejora increíblemente, mayor superficie contacto con la nieve, los esquís en los pies y no en la espalda.

Hace rato que no veo a Arnaud, se adelantó buenos metros y voy luchando con las pieles que se despegan a cada momento de las bases de los esquís, ¡Novato! ¡Novato!. El día anterior reciclé las pieles de mis esquís viejos, mi poca cercanía con el esquí de montaña me hace dejar las pieles como si las hubiera cortado a mordiscos y voy pagando mi ofrenda.

Es entonces cuando descalzo la vez número mil, cuando la piel se sale por completo y producto de lo incómodo de la posición pierdo un esquí cerro abajo, «¡NOOOOOO!», un grito me desgarra desde las entrañas, «acabó mi ascensión , todo el esfuerzo está perdido», me dije.  Pero en un acto de benevolencia, la montaña soñada me otorga una nueva oportunidad, el esquí con una velocidad impresionante brinco unos 3 metros de altura y quedó clavado 200 metros más abajo, por lo que no me molestó nada ir por él, era mi oportunidad de seguir, pero quizás la última.

Después de unos 30 minutos randoneo recién logro ver a Arnaud, quien viene a ver por qué demoro tanto, me hace señas que estoy próximo al campamento, ¡que alegría!, la meta del día esta próxima y por un momento siento que ya nada nos detendrá. Llegué al sitio de campamento a las 10:30 de la mañana, casi 2 horas después que mi compañero, pero bien, es temprano tenemos todo el día para hidratarnos, comer y dormir.

Día 3 «El sueño se cumple»: 25 de noviembre 2018

El despertador suena apenas comienza el día en nuestra carpa a 4100 m.s.n.m.  Un nuevo turno nocturno para los jornales, breve desayuno y afuera, no sin antes el cómico ritual de colocar los botines dentro de las carcasas frías de las botas de esquí.

Comenzamos a subir y la oscuridad de la noche nos oculta la exposición que habita bajo nuestras botas. Sinceramente lo prefiero así, “el que nada sabe, nada teme”. En eso vislumbramos dos luces, otros dos andinistas que calculamos deben ir sobrepasando nuestro campamento. Esto de alguna manera nos reconforta, no somos los únicos locos, sin embargo, al rato determinamos que regresan y emprenden el retorno, las débiles luciérnagas se pierden en las penumbras del amanecer.

Posterior a unas 3 horas de lucha y nado sincronizado en la nieve blanda, conseguimos llegar a los filos cumbreros, esto nos motiva ya que con los primeros tonos del sol logramos identificar la cumbre, así también el viento y la nubosidad alta que proclama una inestabilidad en el clima.

Son las 6:00 de la mañana y estamos en la fría y ventosa cima, tal como estaba presupuestado. Disfrutamos de la cumbre unos 20 minutos, sacamos fotos y compartimos recuerdos, como negándonos a lo que proseguía. Que distinto sería haber bajado del helicóptero calzar los esquís y disfrutar del deslizamiento por los glaciares, pero ese no es nuestro deporte, tampoco el de usar sherpas. Llevábamos un cerro encima y la fatiga asociada solo contribuye a la tensión previa a apretar las botas y lanzarse ladera abajo. Para esto elegimos una excelente plataforma de despegue, una pequeña terraza de 2×2 ubicada en el filo cumbrero anterior a la cima, con apenas 40 metros de desnivel.

En los primeros 200 metros de esquí predominó la sobrevivencia, poco giro y múltiples derrapajes, la ciencia radicaba en no caer en la pala de nieve superior y conectar por el canalón correcto. Luego puro disfrute, solo matizado por el incendio en muslos y pantorrillas que nos hacen parar a descansar recurrentemente. En breve llegamos al campamento, desarmamos y continuamos deslizándonos montaña abajo.

abajo.

 

 

Aún es temprano, los tangenciales rayos solares aún no son una preocupación mayor al pasar por debajo del seracs. La esquiada es extraordinaria en la parte alta y media, pero desde la mitad de la canaleta hacia abajo requiere de mayor velocidad para superar huellas de pisadas y relieves mayores modelados por el viento (pequeños penitentes), y la nieve pegajosa. En un momento Arnaud decide sacarse los esquís y continuar caminando, por mi parte decido estrujar el sueño, dar vuelta al otro lado y seguir durmiendo otro ratito más. Así llegamos a la parte baja donde está la banda rocosa, desescalamos y seguimos esquiando, pasando raudamente por la laguna y continuando hasta donde llegaba el camino antiguo de auto, han sido unos 1700 metros de desnivel esquiados en alrededor de 5 horas (incluyendo desarmada de carpa y todo).

***

«Fue un cierre de una etapa, lograr contar con la madurez definitiva para subir el Morado por todas sus vertientes, manejando además todas las disciplinas que requiere. Es algo completamente satisfactorio hacer algo exigente, fuera de lo común, pero con un piso técnico, físico y psicológico, algo más holgado de lo que llevaba años practicando realmente se sintió muy bien». Reflexiona Felipe.

«Agradezco el apoyo de Andesgear, por proporcionarme los esquís nuevos para esta aventura, así como también los mejores materiales de alta montaña».

Felipe continuará inspirando aventuras, y ya tiene en mente un nuevo proyecto y desafío en esquí al Co. Arenas. “Comúnmente no se alcanza su cima porque la escalada de la pared sur está bien distante de su cumbre, pero ir a por ella en esquí puede resultar una esquiada en el día, realmente exigente y disfrutable”, finaliza.

¿Quieres inspirar a otros? Te invitamos a compartir tus historias y aventuras en nuestro blog Andesgear.


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