Agua: el elixir de la vida bajo amenaza
Camilo Rada reflexiona aquí sobre la falsa sensación de seguridad que tenemos con respecto a la disponibilidad de agua para nuestras vidas.
Una de las cosas que no paran de sorprenderme cada vez que regreso de un periodo largo en las montañas es el contraste que existe en cuanto a la percepción del agua. En la naturaleza, la vida gira en torno a los asuntos esenciales, siendo el agua -sin duda- la más fundamental.
En la alta montaña y en el interior de la Antártica, no existen las fuentes de agua líquida, y parte de la rutina diaria incluye largas horas de conversaciones acompañadas del susurro de la cocinilla mientras pacientemente se derriten grandes cantidades de hielo o nieve para generar el agua líquida que necesitamos para cocinar y beber. En una expedición así, pues, una de las principales tareas del día es “hacer agua”.
En otros lugares, la selección del campamento depende de la disponibilidad de agua, y en el desierto a veces uno se ve forzado a cargar en la espalda decenas de litros de agua, ya que las aproximaciones pueden constar de varios días sin acceso al vital elemento.
Tras estar inmerso en esa dinámica durante días, nunca deja de asombrarme el hecho de volver a la ciudad: basta con que gire una llave y ¡voilá!, ¡sale agua como por arte de magia! Hasta caliente, si prefieres. ¡Es alucinante! Pero lo más sorprendente es cómo damos por sentado que el agua siempre estará allí, esperando a que abramos la llave para salir caudalosa a saciar nuestra sed.
DESCONEXIÓN
Hace unos días, un amigo despotricaba contra las personas que viven inmersas en el computador en mundos virtuales diseñados a su medida para complacer sus deseos y anhelos, totalmente desconectados de la realidad. Pero, a fin de cuentas, las ciudades son básicamente lo mismo; mundos virtuales diseñados para satisfacer nuestras necesidades, y eso está muy bien, pero también tiene el efecto colateral de desconectarnos de la realidad: de los ríos desde donde proviene el agua que bebemos, de los campos de donde viene la comida y de los bosques de donde viene el aire.
¿DE DÓNDE VIENE EL AGUA?
Si bien acabo de decir que viene de los ríos, la verdad es que en última instancia viene de las nubes y cae a la tierra en forma de lluvia o nieve. ¿Y cómo es que tenemos agua cuando no llueve y no hay nieve en las montañas? La respuesta es que existen muchos reservorios de agua dulce. Algunos son artificiales, como el embalse El Yeso (que resguarda el suministro de agua de Santiago). Otros son naturales, como los lagos y las montañas nevadas. Esos son como nuestra “cuenta corriente” de agua. Y, por cierto, la “cuenta de ahorro” -donde se guarda el agua por períodos más largos- son las aguas subterráneas y los glaciares. En estos reservorios el agua se puede guardar por años o décadas, asegurando su suministro en períodos secos gracias al ahorro realizado en períodos lluviosos.
¿Y QUÉ PASA CON EL CAMBIO CLIMÁTICO?
¿Y no podrían agotarse estos reservorios de agua? Podríamos pensar lo siguiente: que, con el calentamiento global, ¡los glaciares producirán más agua! ¿Qué? What? Quoi? 什么?¿Cómo?
Pues es obvio: si aumenta la temperatura, los glaciares se derriten más rápido, y si se derriten más rápido, producen más agua líquida.
Esta idea lleva años rondando. De hecho, en 1969, en medio de una gran sequía, ENDESA en conjunto con la Universidad de Chile “espolvorearon” algo parecido al hollín sobre el glaciar Cotón (en lo que después sería la Reserva Nacional Río de los Cipreses). ¿Cuál era la idea? Con el hollín, el glaciar absorbería más energía del sol, se derretiría más rápido y proveería de más agua para paliar la sequía. Y sí… ¡resultó!
Del mismo modo, el calentamiento global nos está ayudando a derretir los glaciares más rápido y así disminuir los efectos de la megasequía que nos está afectando. Genial, ¿no…? Mmmm… espera. Acá hay algo que no pinta bien… ¿Es esto sustentable? Pues NO, y ese es el gran problema.
FALSA TRANQUILIDAD, DULCE IGNORANCIA
Se espera que el cambio climático haga que las sequías que siempre han afectado al país se vuelvan aún más largas, más frecuentes y severas. Actualmente, experimentamos los efectos de una megasequía, pero la verdad es que en nuestro “mundo virtual” de las ciudades nadie se entera, porque por las llaves sigue saliendo agua de forma corriente. Pero parte de esta agua, en especial durante los meses más secos del verano, proviene de los glaciares, los que derritiéndose a paso redoblado están ayudándonos a paliar y, al mismo tiempo, a ocultar los efectos de la sequía.
Pero esta situación no es sostenible, y algún día los glaciares se volverán tan pequeños que por mucho que aumentemos la temperatura no van a dar más agua, hasta que eventualmente desaparecerán y la cuenta de ahorro quedará en cero. Así es la curva de descarga de los glaciares a medida que aumentamos la temperatura: como una montaña rusa, sube, sube y sube, hasta que eventualmente ¡boom!, se va a pique. Y ahora, en la ignorancia de que se viene la bajada, somos felices llenando nuestras piscinas y cambiando glaciares por cobre, oro o unos cuantos “megawatts”.
Es como tener un bosque y escasez de leña: podemos reducir la escasez de leña cortando más árboles, pero con eso no hacemos más que acercarnos más rápido al día en que simplemente no quede ni un árbol y nos quedemos sin leña.
¿ESTÁ TODO PERDIDO?
No. Podemos reducir la magnitud de los cambios y prepararnos para afrontarlos, pero eso no pasará mientras sigamos desconectados de la realidad en nuestro mundo virtual de cemento con malls, televisión y dulce ignorancia.
Foto de portada: “Escalando en el cordón Centinela, en el interior de Antártica” por Camilo Rada.
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